Biografía de lo sublime (primera parte)

Ciudad de México /

Posee el concepto de lo sublime una dispersión semántica que impide, por fortuna, su definición única, monolítica o uniforme. Los filósofos y los críticos de arte se han detenido para investigar el significado de esta palabra cuya etimología poco contribuye a despejar dudas o a disipar tinieblas. Para Longino son cinco las fuentes del estilo sublime: grandes pensamientos, fuertes emociones, ciertas figuras de pensamiento, nobleza de dicción y orden de las palabras (ritmo y eufonía). Edmund Burke recoge el legado de Longino y añade un elemento detonador, un componente que lo provoca: el asombro y el terror y sus parientes cercanos: horror, sufrimiento, temor y miedo. Burke, en su Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello, recurre a ejemplos y muestras europeos: Fray Luis, Shakespeare, Milton, Dante, entre otros. Burke afirma que lo sublime se relaciona con la oscuridad y con lo grandioso y mayestático. Se trata, para decirlo con un oxímoron, de un “horror delicioso”. Esta grata desazón pertenece a la categoría de placeres negativos que se distingue, como es evidente, de la categoría de placeres positivos y actuales. En el capítulo “Analítica de lo sublime”, incluso en su Crítica de la facultad de juzgar, Kant distingue lo bello (uncido a la forma y a la limitación) de lo sublime (desprovisto de forma e ilimitado). Y añade, siempre teñido por una subjetividad extrema, que lo sublime, aunque repelente a la mera sensibilidad, es atrayente para la imaginación. En ese mismo libro el filósofo de Königsberg endereza sus flechas contra el empirismo fisiológico de Burke y agrega: “Sublime es lo que place inmediatamente por su resistencia al interés de los sentidos” (p.180).
Se ha querido ver en lo sublime una preeminencia del fondo sobre la forma. La tarea de quienes han escrito páginas sublimes se parece más a la del escultor (que no a la del sastre): “De escultor y no de sastre es tu tarea” (Unamuno). Friedrich Shiller, quien prolonga las reflexiones de Kant en Lo sublime (De lo sublime y sobre lo sublime), distingue dos notas en la cualidad de lo sublime poético (en contraste con lo sublime natural): “Lo sublime poético exige, pues, dos condiciones principales. En primer lugar; la representación viva del sufrimiento, para despertar la emoción compasiva con la debida intensidad. En segundo lugar, la idea de resistencia al sufrimiento, para tomar conciencia de la libertad interior del espíritu” (99 y 100 pp.). Y añade: “Gracias a lo primero, los objetos se tornan patéticos. Merced a lo segundo, lo patético mismo deviene sublime”. Para el pintor norteamericano Barnett Newman el objetivo del nuevo arte es alcanzar lo sublime mediante imágenes sin forma. Y afirma que el arte europeo ha perdido la brújula de lo sublime al confinar su empeño en una figurativa y concreta nostalgia de lo absoluto.


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  • Gilberto Prado Galán
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