Hay una foto que fulgura en la vitrina central de mi casa en la CDMX donde aparecemos abrazados Leticia y yo.
Y la recuerdo con mucha dilección y cariño ahora. ¿Por qué? Porque yo tenía 26 años. Era, como dicen los argentinos, un pibe.
En esa especial vitrina hay una entrañable galería, colmada de recuerdos, que ilumina mi vida.
Esa foto, como se suele decir, me pega donde me duele ya que, Dios mediante, el 20 de septiembre habré de cumplir 62 años, esto es, la cifra capicúa de aquella foto.
En su novela cardinal Baltasar Gracián habla de El despeñadero de la vida y recuerdo al poeta de Nayarit que solía decir que un hombre envejece cuando tiene más recuerdos que proyectos.
Yo, por fortuna, estoy armado de proyectos.
Sin embargo nadie sabe el día ni la hora, como reza la Biblia.
Y el cantautor español afirma, con sabiduría impar, “algunas veces toca morir”.
En Madrid me dijo Antonio Domínguez Rey que en “El canto de la ceniza” impera la idea de la muerte lo que significa que -me dijo- tienes muchas ganas de vivir.
Y es verdad. No sé cuándo llegue la parca mayor, pero sí sé que me iré recompensado y feliz. Con una sonrisa al cielo. Perdón por la cursilería.
Así será. ¡Ah!