Recuerdo con nitidez que, durante varios años, cuando acudía a GREM, al programa radiofónico de Marcela Pámanes, me recibía como infaltable auriga, con efusiva afabilidad, Héctor Becerra.
Gran conductor y dueño de un trato y de una urbanidad admirables.
Ahora que se ha ido recordé, por esas conexiones mágicas y misteriosas de la vida, el poema Último viaje de Enrique González Martínez, y cuyos versos iniciales son: “Camino del silencio/ se ha ido.
Va delante/ de mí. Lleva su antorcha/ a salvo ya de la traición del aire”.
La noticia de la muerte de Héctor me cayó como un severo rejón.
Ya sé que, como me dijo el poeta asturiano José Méndez en la cervecería Santa Bárbara (metro Alonso Martínez) en Madrid: “Estamos para dejar de estar.
Es verdad, pero no tan pronto.
Me duele en lo íntimo de mi alma la muerte repentina de Héctor: que Dios brinde resignación y consuelo a sus familiares y amigos.