Me encantan los parónimos.
¿Por qué? Porque implican o entrañan una simpatía sonora y, además, una simpatía morfológica relacionada con la forma de las palabras o voquibles, y, por supuesto, un significado distinto o dispar.
Aquí me detengo.
Casar y cazar; hético y ético; asar y azar; por citar sólo tres claros ejemplos.
Me gustan porque desde la perspectiva del continente son semejantes, pero desde la perspectiva del contenido son voces sino enemigas sí distintas.
Esto es: la similitud de forma y fonética no corresponde con la diversidad semántica. El parecido del cascarón no cuadra para nada con la diferencia esencial.
Es como encontrarse a alguien con vestimenta similar, mas con cuerpo y alma disímbolos.
Una fruta con la misma cáscara y con un hueso o almendra discordes. Por eso y sólo por eso: me encantan las voces parónimas. ¡Ah!