En Val de Funes, localidad del Tirol del Sur, nacieron los alpinistas Reinhold y Günther Messner. Reinhold le llevaba dos años a su hermano menor y ambos emprendieron en 1970 la aventura de conquistar la indócil montaña del Nanga Parbat, un ocho mil que ha sepultado en sus entrañas a más de una treintena de personas. Reinhold, más avezado en escalar cumbres, dejó atrás a su hermano.
Günther, quien complacía don devoción bovina a su guía y fratelo, alcanzó con sobrehumano esfuerzo a Reinhold.
Cuando éste lo vio le dijo sorprendido: “¿Qué haces aquí?”. Y prosiguieron hasta alcanzar la cima, pero ya se sabe que los descensos de las montañas son más peligrosos y por una extraña razón Reinhold propuso bajar por la vertiente Diamir, acaso la más peligrosa del planeta, la más propensa a las avalanchas. Por eso uno de los detractores de Reinhold, Hans Saler, dijo: “es como si alguien exhausto propone bajar por las escaleras y no por el ascensor”.
Günther Messner murió sepultado en la montaña y Reinhold se dio cuenta mucho tiempo después, cuando ya había culminado su hazaña. En otra expedición, acaso movido por la mala conciencia, esto es, por la culpa, Reinhold volvió a la montaña asesina en busca de su hermano, de los restos de su hermano, y encontró huesos, jirones de ropa y una bota, restos inequívocos de Günther.
Y llevó los huesos a Val de Funes, y enterró lo que quedaba de Günther. Por ello me parece una increíble injusticia que algunos analistas del alpinismo tacharon como asesino a Reinhold. Alguien le compuso estos versos al hermano mayor de los Messner, traducidos al español por un poeta mexicano:
Te busqué en la montaña
en el riñón oscuro donde fulge
la soledad más prístina
el tiempo menos grato.
Allí te buscaba en las noches
con el dolor agudo
de no saber de ti, de no encontrarte
de no escuchar el eco de tus
pasos
de imaginar tu rostro adormecido
por el brutal impacto de la nieve.
¿Dónde estarás, hermano,
dónde late
el hilo cenizoso de tu vida?
Días de enorme fatiga me llevaron
a subir la montaña donde un día
te perdiste en silencio
acaso despeñándote hacia el río
donde la Nada suelta sus corceles.
Y ya no pude verte
y ya no pude ni escuchar el alba
y ya no pude ni abrazar tu cuerpo
perdido para siempre.
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