Hay un hermoso soneto de Miguel Hernández, el enorme -fuera de norma- que siempre me ha seducido, cautivado.
El poeta de Orihuela fue, por decir lo menos, una figura literaria conmovedora.
¿Por qué? Porque de ser pastor de ovejas se convirtió, como dicen en España, en un autor como la copa de un pino.
Me gustan, por supuesto, los matices musicales de Serrat quien le dio alas melódicas asimismo a poemas de Antonio Machado.
El texto que quiero compartir no fue musitado -que yo sepa- por Joan Manuel, pero no tiene desperdicio.
Su verso inaugural es: “Me tiraste un limón, y tan amargo”. Y prosigue: “con una mano cálida, y tan pura,/ que no menoscabó su arquitectura/ y probé su amargura sin embargo”.
Tirar un limón, en España, es pretender a alguien. Es manifestar el afecto.
De ese poema me gusta, de manera peculiar, el verso “se me durmió la sangre en la camisa”.
¿Por qué? Por la prosopopeya o personificación y, claro, por el intenso énfasis plástico.
Recomiendo fervorosamente esta pieza verbal localizable en la red de los Inter/exter nautas. Viva por siempre Miguel Hernández. ¡Ah!