“No todos los hombres” es la frase preferida cuando se comenta alguna noticia de violencia en contra de las mujeres. Es una frase “comodín”, como la carta en los juegos de naipes. Una frase cómoda, perezosa y, le añadiría tramposa, que les permite permanecer en la negación de la realidad de violencia en contra de las mujeres a manos de los hombres.
“No todos los hombres” es arrojada a manera de celada. ¿Se sienten aludidos o aludidas? ¿“Lo que te choca te checa”? Si en la interlocución alguien cae en el engaño, se intentará convencer con estadísticas o ejemplos, que nunca son suficientes para quien profirió la frase.
“No todos los hombres” la repiten en su mayoría hombres, pero también muchísimas mujeres, cuando alguien comparte una experiencia de violencia. Lo que agrava la situación y aleja el foco de lo importante: la violencia es sistémica.
Es también una falta de autocrítica, pues todas, todos y todes formamos parte de este sistema patriarcal que ha definido bandos donde las mujeres son víctimas de violencia solo por el hecho de ser mujeres, y los victimarios son en su mayoría hombres.
#NotAllMen (no todos los hombres) es el hashtag que se hizo tendencia en las redes sociales hace unos días como consecuencia de las numerosas noticias de violencia en contra de las mujeres. Dicen que “no todos los hombres” como queriendo salvarse o excusar a algunos hombres, aunque lo que permiten así es que su condición de “hombres” permanezca y prevalezca el odio hacia las mujeres.
“No todo los hombres”, dicen, pero son todos hombres los agresores que están ahora enfrentando a la justicia en el caso de Gisèle Pelicot. Ella decidió que su juicio fuera público, porque la “vergüenza debe cambiar de bando”, esta vergüenza que ha pesado sobre las mujeres cuando quieren denunciar a sus agresores, sobre todo si se trata de sus propios familiares, y sí, la mayoría hombres.
La valentía de Gisèle Pelicot y el horror por el que ha pasado la década reciente ha desatado la indignación y en Francia salieron a la calle miles de mujeres a exigir a las autoridades que hagan su trabajo: garantizar el derecho a vivir una vida libre de violencia.
Dominique Pelicot, esposo de Gisèle Pelicot, la drogó y violó a lo largo de diez años. En ese periodo, organizó encuentros con casi 100 hombres para que repitieran los abusos en contra de su esposa. Además, la fotografió y videograbó; la policía encontró en su computadora 20 mil archivos. Los ataques eran dirigidos por Dominique Pelicot, quien tenía un protocolo minucioso y que instruía a los violadores. También agredió a su propia hija.
Tanto Dominique Pelicot, de 71 años y hoy violador confeso, como los demás violadores son personas “respetadas” en su comunidad. Son hombres de entre 26 y 74 años. No son monstruos, como insiste una parte de la prensa internacional. Son hombres que se desempeñan de manera regular en la sociedad, con familias y trabajos. Entre ellos, soldados, periodistas, funcionarios de gobierno, camioneros, jueces, enfermeros, etcétera.
“No todos los hombres” es una frase hipócrita y cómplice porque intenta ocultar lo evidente: hay un pacto patriarcal entre hombres para agredir a las mujeres. El caso de Gisèle Pelicot deja en evidencia cómo esos hombres planearon, organizaron y llevaron a cabo violaciones sexuales durante años; se encubrieron y, en algunos casos, hasta lo repitieron con sus propias esposas.
La violencia contra las mujeres sucede frente a nuestros ojos, diario, en nuestras casas, trabajos, calles y ciudades. En las redes y en los medios. En las canciones, series y películas. Y no hay políticas públicas por parte de los gobiernos que realmente incidan en cambiar a los hombres y sus comportamientos misóginos, porque quienes tienen el poder se siguen repitiendo en voz alta y baja: “no todos los hombres”.