Conocí a Isela Vega muy joven, antes de que fuera Isela Vega. Volví a verla en su alta edad, cuando era la impensable Isela Vega que filmaba el papel de una abuela en una película que dirigía mi hija Catalina, Las horas contigo.
La jovencísima Isela Vega que conocí por ahí de 1961, era seis años y toda una vida mayor que yo. Fumaba escandalosamente en el antecomedor de una casa de la colonia Condesa, hoy desparecida, entonces un portento de perfección de la vida de clase media en la Ciudad de México, una casa de dos plantas con trazos art deco construida en los 1930s frente a la glorieta Popocatépetl.
Era la casa del doctor Ermilo Esquivel, de su esposa Bebé Ancona, de sus varios hijos y de sus dos hermosas hijas, Fayne y Nidia, a quienes visitábamos con aviesos propósitos mis amigos de la prepa y yo.
El hermano de Bebé, el tío de Fayne y Nidia, tenía fama bien ganada de farandulero, porque era representante de artistas, entre ellos, en aquel tiempo, de Isela Vega y de su hermano Eduardo, cantante, y creo que también de Alberto Vázquez, con quien Isela se casó después, y que vivía a una cuadra de la glorieta Popocatépetl, en la calle de Celaya.
Una tarde los visitantes de la casa tuvimos el espectáculo de que Isela Vega estaba sentada en el desayunador de la casa, por la tarde, fumando y hablando, riéndose y haciendo reír, vuelta toda ella un escándalo de belleza, humor, y naturalidad para decir chingaderas (malas palabras), insinuar conductas prohibidas, adivinar intenciones bienvenidas sobre la posibilidad de hablarle, tocarla, tratarla.
Parecía venir de regreso de todas partes, sin alardes. Y creaba en su torno un espacio de autonomía de mujer suelta, libre, temible en su desenvoltura.
Medio siglo después la vi fingiéndose una anciana moribunda para la escena de una película y volver del trance, a la voz de corte, lista para prender un cigarro y empezar a hablar con la misma libertad que tenían sus palabras en mi recuerdo de la joven, radiante Isela Vega.
Isela Vega fue toda su vida lo que piden nuestros tiempos: una mujer en libertad.
hector.aguilarcamin@milenio.com