Desde Orlando, Florida, el presidente Trump anuncia oficialmente su intención de reelegirse y lo hace con bombo y platillo, como artista en concierto, y con sus “canciones” clásicas que son las más aplaudidas: migración, comercio, críticas a los medios de comunicación e incluso ataques a Hillary Clinton para recordar las formulitas del 2016, ante los coros de “¡enciérrenla!” del público presente. Trump sabe que necesita mantener la atención, seguir movilizando a sus bases y generar el antagonismo que un personaje así requiere.
Frases explosivas, bullying a los demócratas, sentimientos nacionalistas de “Estados Unidos primero” y por supuesto un montón de afirmaciones falsas o al menos engañosas, que al final de cuentas a sus seguidores no les preocupan porque “así es él”, “ese es su estilo”, “exagera para comunicar su punto”, etcétera. Lo importante no es el análisis de los temas a profundidad, para él lo prioritario es el cómo y cuándo los dice, las reacciones y contrarreacciones que provoca, los gritos cuasi religiosos de sus fanáticos y los gritos también cuasi religiosos de sus detractores. Ese es su show.
Trump sabe perfectamente que al hablar del muro o de arrestos masivos, o al decir que los medios son “el enemigo del pueblo”, por poner algunos ejemplos, la respuesta demócrata será de indignación, lo cual a su vez generará una contrarrespuesta de sus más fieles seguidores e incluso de otros votantes no tan comprometidos con él, que lo defenderán ante las críticas “desmedidas” de la izquierda. ¿Podrá algún candidato demócrata con esto?
Apunte spiritualis. La campaña de 2020 será una de las más ríspidas y sucias de la historia de Estados Unidos, y ese es el tipo de ambiente en el que Donald Trump se siente como pez en el agua. Ese será el contexto perfecto para su estrategia. Aunque todavía es pronto y mucho puede pasar en los más de 500 días que faltan, si hoy fueran las elecciones, las probabilidades de reelección de Trump serían altísimas.
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