Uno, dos y tres. América Latina parece seguir el rumbo hacia una tercera década perdida en materia económica. Esto lo advirtió hace unos días el secretario ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), José Manuel Salazar-Xirinach. La cuestión que impulsa estos vaticinios poco favorables es el escaso crecimiento que está mostrando la región no sólo para este año sino para los siguientes.
La referencia a las décadas perdidas tiene que ver con el crecimiento económico que se considera escaso o insuficiente para hacerle frente a necesidades imperiosas como la reducción de la pobreza y la desigualdad. La Cepal considera que la primera década perdida de la región latinoamericana fue en los años 80, en tanto la segunda fue entre 2015 y 2024, cuando el crecimiento promedio fue de apenas 0.9 por ciento. Para las economías latinoamericanas un repunte inferior al uno por ciento es insuficiente. Algunos países necesitan crecer a tasas de por lo menos 5 por ciento para revertir décadas de pobreza, desigualdad y rezago.
La Cepal dice que estamos inmersos en numerosas trampas que limitan la economía: baja capacidad para crecer, elevada desigualdad y una baja movilidad social. Es decir, estructuralmente no hay condiciones para que nuestras economías crezcan a tasas importantes -aquí tenemos que hablar de infraestructura, educación, ciencia, tecnología, productividad, etc.-; tenemos una marcada desigualdad de ingresos, de riqueza, de acceso a los empleos y oportunidades, en tanto la posibilidad real de que las personas salgan de la pobreza y suban de nivel socioeconómico es muy baja.
Aunque en América Latina hablar de décadas perdidas puede sonar a ironía -pues pareciera que las otras son décadas ganadas-, lo cierto es que hay grandes carencias que limitan la posibilidad de lograr tasas de crecimiento importantes, de aprovechar las coyunturas o las transformaciones y de hacer que el desarrollo económico se transforme en una estrategia efectiva contra la pobreza, la precariedad y las carencias sociales. Las inversiones en educación, en ciencia, tecnología, en infraestructura, en capital humano, siguen siendo postergadas, insuficientes, deficientes o ausentes.
Cuando vemos que países como Corea del Sur invierten más del 4 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB) en ciencia y tecnología, y lo comparamos con los países latinoamericanos que en promedio apenas llegan a 0.3 por ciento del PIB -sin contar la ineficiencia con la que se usan los recursos-, deben quedar claro que no hay condiciones para ajustarnos a los requerimientos de un mundo globalizado en el que el conocimiento es el principal capital generador de riqueza.
En un mundo que corre hacia el conocimiento, la digitalización y la robotización, el atraso que tenemos en educación e investigación hace que nuestro camino apunte hacia décadas pérdidas. La gran pregunta que debemos responder es ¿qué debe pasar para que finalmente América Latina decida invertir en lo que hace falta para mejorar?