Uno de esos círculos viciosos en la economía latinoamericana se da entre la informalidad laboral y la desigualdad: la informalidad afecta a cerca a la mitad de los empleos latinoamericanos, lo que incrementa la desigualdad debido a las brechas salariales, la concentración de la pobreza y las limitadas posibilidades de mejorar la condición socioeconómica de las personas. Y por el otro lado, la desigualdad impulsa una mayor informalidad al limitar los empleos formales y empujar a buena parte de los trabajadores hacia empleos precarios, informales e inciertos en los que, al menos, tienen posibilidades de generar ingresos.
De acuerdo a los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), uno de cada dos trabajadores latinoamericanos se encuentra en la informalidad, lo que significa que la mitad de de los trabajadores no poseen prestaciones, seguro, estabilidad, ingresos regulares y otros beneficios. Y esto ya es mucho decir frente a los empleos “formales” que en las últimas décadas se han vuelto más precarios, más inciertos y peor pagados. Es decir, tener un trabajo con todas las de la ley no significa tener un buen trabajo; obviamente, tampoco lo informal ofrece mejores condiciones y garantías.
El problema de la informalidad laboral afecta directamente a los trabajadores y a sus familias al no darles certezas en cuanto a ingresos y estabilidad, así como al no permitir la proyección en el tiempo. Imaginen la educación, la salud y la alimentación de una familia supeditada a lo incierto de un trabajo que puede perderse en cualquier momento. No sólo se vive al día sino con la incertidumbre del mañana. Pues así es la realidad de millones de familias latinoamericanas que viven en condiciones de pobreza y sobreviven mediante empleos precarios, mal pagados que exigen mucho sacrificio y ofrecen pocas compensaciones.
Con la informalidad se incrementan las brechas en cuanto a salarios, a las posibilidades de acceder a créditos, al acceso a la salud y a las prestaciones sociales. Parece obvio pero en América Latina, la región más desigual del mundo, atizar la desigualdad desde la informalidad es grave, muy grave. Las diferencias entre las pocas personas que concentran la mayoría de la riqueza frente a millones que se encuentran en la pobreza han dividido a las sociedades: ya no se trata de dinero e ingresos sino de marcadas diferencias en cuanto a la educación a la que se puede acceder, la salud que se puede pagar y un montón de espacios que sólo algunos pueden costear.
En economías desiguales, con una gran cantidad de personas en la pobreza, y con un mercado laboral que es altamente informal, un gran reto es recuperar el trabajo de calidad, los empleos seguros, formales, bien pagados, que garanticen posibilidades reales de mejorar la condición socioeconómica. América Latina está llena de círculos viciosos que debemos romper. Podemos comenzar con el trabajo, el punto esencial para las economías familiares.