Los pronósticos de escaso crecimiento de la economía mexicana para 2025 y 2026 contrastan con la presión permanente de la inflación: mientras este año el crecimiento de la economía será de aproximadamente 0.5 por ciento, la inflación en el mes de noviembre pegó un salto y se ubicó en 3.80 por ciento anual. Es decir, nos encontramos en una situación que conocemos bien en los últimos años: el encarecimiento del costo de vida le gana por varios cuerpos de ventaja a la generación de riqueza de la economía en su conjunto.
En un contexto más amplio, en América Latina la situación es similar: las perspectivas de crecimiento son de alrededor de 2.5 por ciento mientras que las secuelas de los precios altos -herencia de la pandemia- se mantienen incólumes. Vivimos en una región que crece poco pero en donde los precios se encarecen por encima de las posibilidades de millones de personas. Y no sólo se trata de la pobreza que alcanza a cerca de 200 millones de latinoamericanos, sino del ensanchamiento de la brecha de la desigualdad que hace que cada vez muchos pobres sean más pobres mientras que los pocos ricos sean más ricos.
Volviendo a México, la desigualdad continúa siendo extremadamente alta, de acuerdo al Informe sobre la Desigualdad Global 2026: 71 por ciento de la riqueza se concentra en sólo 10 por ciento de la población más rica; el 1 por ciento más rico es dueño del 38 por ciento de la riqueza. Y esto debe entenderse no sólo como una cuestión de diferencia de riqueza, patrimonio e ingresos sino como una brecha social que en la práctica divide el mundo entre los que pueden acceder a salud, educación, viviendas, alimentación y vivir con todas las comodidades -por un lado-, y los que viven en condiciones de exclusión, precariedad, informalidad y tremendos problemas para acceder a salud y educación.
La desigualdad es uno de los grandes problemas mexicanos y latinoamericanos. América Latina es la región más desigual del mundo. Basta con ver lo que pasa en las grandes capitales latinoamericanas como Buenos Aires, Santiago de Chile, Bogotá o Ciudad de México para notar estos dos mundos que conviven pero no se comparten: el de la riqueza y los grandes corporativos, y de las franjas de marginalidad en donde no llegan ni las oportunidades suficientes ni la riqueza.
En resumen, vivimos en economías altamente desiguales, que crecen poco y que no sólo distribuyen la riqueza de forma muy inequitativa sino que enfrentan el problema de los precios elevados. Con este panorama, las perspectivas de mejoría social no son las mejores para los siguientes años, pues es poco probable que haya grandes resultados en cuanto a la disminución de la pobreza y la desigualdad.
Debo decirlo: el escenario es de dejavu. La pregunta es cómo romper esta trampa de crecer poco, distribuir mal y no poder enfrentar el encarecimiento del costo de vida. Los asiáticos apuestan a la tecnología, los nórdicos a la educación y los latinoamericanos ¿a qué le apostamos?