Una larga batalla de precios

  • Economía empática
  • Héctor Farina Ojeda

Jalisco /

Uno de los efectos económicos más duraderos de la pandemia de Covid 19 es la suba de los precios de los productos de consumo básico. La inflación se disparó a nivel mundial y esto generó afectaciones en las tasas de crecimiento, en la recuperación de las economías y, sobre todo, en el poder adquisitivo de las personas. La lucha contra la suba de los precios ha tenido altibajos pero en la mayoría de los países latinoamericanos no se ha logrado que la inflación vuelva a los niveles considerados como ideales.

Argentina tiene una inflación que supera el 200 por ciento interanual, siendo la economía con el incremento más importante en los precios. Venezuela tiene una inflación del 35 por ciento interanual. Colombia, Uruguay, Bolivia y Honduras tienen entre 5 y 6 por ciento de inflación interanual, en tanto por debajo del 5 por ciento aparecen México, Chile, Nicaragua, Paraguay, Brasil y otros. Costa Rica es el país con la menor inflación en América Latina con 0.3 por ciento anual. Los datos muestran una fotografía de precios altos que quedaron como una secuela de la pandemia pese a que ha habido recuperaciones en otros frentes de la economía.

En el caso de México, los datos de la primera quincena de octubre indican que la inflación se ubicó en 4.69 por ciento. Ya nos encontramos en el periodo inflacionario más largo de la historia desde que los precios se dispararon en abril de 2021 a consecuencia de la pandemia. La batalla por tratar de mantener los precios en niveles cercanos al tres por ciento se ha prolongado por muchos meses, lo que en la práctica se traduce como un impacto directo en el bolsillo de las personas.

La cuestión de fondo con los precios altos en México y en los países latinoamericanos es que nos encontramos en un escenario de escaso crecimiento económico, de una recuperación que no alcanza para revertir todos los males ocasionados por la pandemia y una pobreza que en América Latina alcanza a 200 millones de personas. Cuando los precios se mantienen altos, los que más lo padecen son los que menos tienen: los que viven en condiciones de pobreza no pueden cubrir sus necesidades básicas y eso hace que no puedan mejorar su situación.

Con una inflación alta y con un crecimiento insuficiente, la lucha contra la pobreza no solo no prosperará sino que es probable que la desigualdad se ensanche. Sin lograr que haya una mayor generación de riqueza, una mayor actividad económica, no habrá una mejoría en cuanto a la cantidad y la calidad de los empleos, lo cual a su vez limita la posibilidad de que millones de personas consigan un buen trabajo y ganen lo suficiente para mejorar su condición de vida.

Mientras que no bajen los precios hasta niveles tolerables, el escaso crecimiento económico y la paulatina suba de salarios no serán suficientes para compensar la pérdida de poder adquisitivo de millones de personas. La batalla contra la inflación se ha extendido demasiado y mientras no se gane, los que pierden son los no tienen recursos para enfrentarla.


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