Las proyecciones al cierre de 2025 confirman una tendencia de los últimos años: América Latina tendrá un crecimiento promedio apenas superior al 2 por ciento, lo que representa una clara insuficiencia para las grandes necesidades y para revertir las secuelas de la pandemia, de las décadas perdidas y de las largas postergaciones sociales en las que viven millones de personas. De acuerdo a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en 2025 el crecimiento de la región será de alrededor de 2.4 por ciento, en tanto para 2026 se espera un repunte de 2.3 por ciento, con lo cual cerramos cuatro años de cifras similares.
Los datos se ubican perfectamente en lo que se considera “la trampa del escaso crecimiento”, con economías que se mueven y logran algunos buenos indicadores pero que en general no logran despegar y no alcanzan tasas de crecimiento importantes que permitan no sólo el incremento de la riqueza sino un beneficio directo para revertir grandes problemas como la pobreza, la desigualdad y las limitaciones en el desarrollo humano. Y aunque en algunos casos ha disminuido la pobreza (como en México), se han desinflado un poco los precios y se han mantenido niveles bajos de desempleo, estos son logros particulares e inestables dentro de un cuerpo mayor que no consigue romper el cerco de lo insuficiente.
La Cepal dice que esta baja capacidad para crecer se da en un contexto de incertidumbre geoeconómica y una débil actividad interna. No sólo se trata de la cuestión de los aranceles y de la guerra comercial que entorpece las exportaciones, sino de una baja inversión pública y privada, además de las grandes carencias en infraestructura, en educación y en las condiciones que podrían favorecer un mejor desarrollo. Hay demasiada dependencia de factores externos y de escasos rubros y mercados, ya sea del precio del petróleo, de las materias primas o de la disposición de Estados Unidos y China para comprar nuestros productos.
El problema de fondo es que más allá de estas condiciones coyunturales, de estos tiempos de incertidumbre y reajustes, no se ve un impulso propio que lleve a nuestras economías a crecer a tasas importantes -y por lo menos superar el mediocre 2 por ciento-, a mejorar la distribución de la riqueza, recuperar la calidad del empleo y, en general, revertir los niveles de pobreza, la brecha de desigualdad y las malas condiciones de vida de alrededor de 200 millones de latinoamericanos. Hace falta esa estrategia a mediano y largo plazo, esa apuesta por la capacidad propia para construir desde dentro.
Mientras los países que tienen los mejores resultados en cuanto a desarrollo humano y calidad de vida se basan en la educación, la ciencia y la tecnología, el orden y la planificación, los latinoamericanos todavía siguen a los tumbos, a expensas de crecimientos ajenos y de vientos inciertos. Mientras no se resuelvan las cuestiones de fondo y no se mejoren la educación, la ciencia, la infraestructura y la planificación, seguramente nos seguirá yendo igual con estos pobres resultados.