Netflix, Warner y lo que se decide fuera de México

Ciudad de México /

Cuando leí que Netflix negocia la compra de Warner Bros. Discovery, no pensé en Hollywood. Pensé en México y Latinoamérica. En qué significa que las decisiones sobre lo que vemos, y sobre lo que puede llegar a verse, se tomen cada vez más lejos.

La primera consecuencia es física, aunque ocurra en el terreno digital: es un asunto de espacio.

Hoy, una historia mexicana puede intentar entrar por varias puertas: Netflix, HBO Max, otros servicios de streaming, circuitos comerciales o salas independientes. Si Warner y HBO pasan a formar parte de la misma plataforma dominante, varias de esas puertas terminan detrás del mismo mostrador. No significa que deje de haber producción local, pero sí que la competencia por visibilidad se dará en un entorno más concentrado, donde las apuestas tienden a privilegiar proyectos con escala global clara y quedan menos espacios para propuestas singulares que necesitan tiempo para encontrar a su público.

La segunda consecuencia es política.

En Estados Unidos y Europa, una operación de este tamaño se evalúa desde la perspectiva de la competencia económica, la concentración de mercado y las condiciones para aprobar, condicionar o bloquear la transacción. En México, la conversación regulatoria ha estado más enfocada en impuestos al streaming o cuotas mínimas de contenido nacional. Son discusiones necesarias, pero hoy resultan insuficientes ante un escenario en el que la producción, la distribución y la “cartelera” audiovisual se concentran en muy pocas manos globales. La pregunta de fondo es qué herramientas necesitan las autoridades para garantizar competencia efectiva y pluralidad de oferta en un mercado cada vez más integrado.

La tercera consecuencia es democrática y cultural.

Llevamos años discutiendo el papel de las redes sociales en la conversación pública. Falta terminar de asumir que las grandes plataformas audiovisuales son, también, infraestructura del imaginario: moldean referentes, lenguajes, aspiraciones. Cuando un número reducido de actores define qué historias se producen, se financian, se promocionan y se colocan frente a las audiencias, también influye en cómo un país se mira a sí mismo y cómo lo miran los demás.

La compra de Warner no define por sí sola el futuro del cine y las series mexicanas. Pero sí es una señal de hacia dónde se está moviendo el tablero: hacia más escala y mayor concentración de decisiones fuera de nuestras fronteras. La latencia está ahí: el tiempo entre la firma de un contrato en otro país y el momento en que descubrimos, años después, que esa decisión también reordenó, silenciosamente, la manera en que México puede contarse en pantalla.


  • Héctor Faya
  • Fundador de Aurora Policy Solutions y profesor de IA y derecho en la Ibero CDMX.
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