En México casi nada pasa al mismo tiempo que en el resto del mundo. Siempre hay un pequeño retraso.
Las tendencias llegan con acento extranjero, los debates se traducen tarde, las alertas nos alcanzan cuando el daño ya está hecho. A ese desfase me gusta llamarlo latencia.
En tecnología, la latencia es el lapso entre una acción y su efecto. En la política, es el intervalo entre el cambio de época y la capacidad de entenderlo. Es el tiempo que transcurre entre la adopción de una herramienta y la pregunta de si realmente era necesaria. Y México vive ahí: en la demora entre la implementación y la reflexión.
Mientras en otros países se discute cómo gobernar la inteligencia artificial, aquí seguimos resolviendo cómo conectar escuelas rurales o digitalizar oficinas públicas que aún sellan con tinta. Esa brecha no es un atraso: es una realidad compleja que convive con otra, más silenciosa, donde ya operan algoritmos que deciden a quién darle un crédito, qué noticias verás mañana o si el SAT considera que tu declaración “parece irregular”.
Vivimos en dos velocidades a la vez: la de quienes aún esperan conectividad y la de quienes ya están siendo gobernados por sistemas invisibles.
La latencia no es solo técnica ni burocrática. Es también emocional.
Nos maravillamos ante los avances, sin preguntarnos de quién son las consecuencias.
Nos encanta que el algoritmo de TikTok adivine nuestro humor o que el traductor de turno parezca entendernos mejor que una persona, pero no reparamos en que todo eso también nos está observando sin pausa y sin contexto. La velocidad del mundo se volvió desigual: mientras la tecnología corre, la empatía apenas camina.
Esa diferencia de ritmo define nuestro presente. No es que México esté fuera del debate sobre inteligencia artificial: está dentro, pero fragmentado. Las decisiones ya se están tomando —por los bancos, por Netflix, por Uber— solo que aún no tenemos el lenguaje ni las reglas para entenderlas. Esa es nuestra forma de latencia: el país digital ocurre en tiempo real, pero su conciencia colectiva lo hace en diferido.
Todo está pasando. Solo que todavía no lo hemos sentido.
Gracias a Grupo Milenio por abrir este espacio para pensar, con calma y sin tecnicismos, lo que la tecnología ya está haciendo con nuestra vida pública. Cada miércoles hablaremos de tecnología e inteligencia artificial, pero también de poder, desigualdad, empatía y futuro: los algoritmos son el tema, pero lo humano sigue siendo el centro.