Dicen las malas lenguas que el greñudo sujeto que gobierna el país de al lado anda más desesperado que nunca. Se le enredaron los suspiros electorales con los estertores de la epidemia de lo que insiste en identificar maliciosamente como “el virus chino”. Demostró entonces que no es la pistola más rápida del mundo, sino la chequera más veloz. Todo lo demás ya se sabe acerca de su personalidad patriotera y egocéntrica.
Resulta que el mandamás gringo se enteró de que los científicos alemanes están trabajando día y noche en la búsqueda de una vacuna que le ponga un alto a la enfermedad que trae de cabeza al mundo entero, y que están muy cerca de encontrarla.
Lo primero que se le ocurrió fue acercarse no al gobierno alemán para incorporarse en el equipo a las labores de investigación, sino cortar camino y buscar un acuerdo directo con los investigadores. Bajita la mano, como quien no quiere la cosa, estableció contacto con Daniel Menichella, un funcionario de alto rango en el laboratorio alemán a cargo de la crucial investigación, y le ofreció un chequecito por mil millones de dólares a cambio de los resultados de sus desvelos. La única condición que ponía el magnate es que la vacuna solo estuviera disponible para los estadunidenses. Solo eso.
Enterado de la oferta del magnate, el gobierno alemán puso el grito en el cielo y reviró: la investigación es patrimonio de los europeos y para beneficio del mundo amenazado por la mortandad de una epidemia devastadora. Como sea, Alemania no está en venta, insistió enfático el gobierno germano.
Como en un agitado thriller de los días de la Guerra Fría, Menichella desapareció luego misteriosamente. Ni se despidió de su secretaria. Poco después, los estadunidenses anunciaron que estaban cerca de obtener la ansiada vacuna contra el mal.
En China, unos mil investigadores trabajan en el desarrollo de nueve vacunas. Si alguna de ellas resulta particularmente exitosa, su fabricación en serie para satisfacer las necesidades de los sistemas sanitarios internacionales no podrá implementarse hasta el verano del año próximo. En el peor de los casos, millones de personas habrán muerto para entonces, aniquiladas por la infección respiratoria. Para entonces también la epidemia que ahora causa tanta desesperación habrá perdido buena parte de su virulencia.
En España, un grupo de 16 científicos del Centro Nacional de Biotecnología trabaja también de manera desesperada en la búsqueda de una vacuna contra el coronavirus, un padecimiento que ha puesto en evidencia no solo las carencias de casi todos los países del mundo en materia de investigación científica, sino tambien la incapacidad de algunos gobernantes para gestionar una emergencia descomunal como la que vivimos. Estas muy penosas debilidades e incapacidades podrían llegar a costar en el mejor de los casos miles de vidas inocentes.