Con su vaso de ron en la mano, Juan Padrón entrecerraba sus ojos pequeños y soltaba a menudo una carcajada corta. Sus espesos bigotes brincoteaban entonces a un ritmo que acompañaba su barriga enorme. Claramente en su timidez el hombre tenía sentido del humor y formación política. Con ese mínimo bagaje hizo reír a miles, tal vez millones de espectadores de sus películas animadas.
Dibujos sin alardes, los suyos estaban destinados a un público cinematográfico que formaba largas filas para encontrarse de buen ánimo en las pantallas con lo que sea. No es mucho decir en un mercado de exhibición muy restringido. Pero lo que se exhibiera en las noches húmedas iba siempre precedido de un Cineminuto provocador, jocoso, sarcástico, surgido de los pinceles de este hombre que mostraba siempre una suerte de reflexiva felicidad. Seguro no faltaba quien asistiera a las salas de proyección solo para carcajearse con la malicia que desplegaban los dibujitos animados que peleaban casi siempre contra el imperialismo estadunidense y sus agentes. Ganaban siempre, por supuesto, en medio de las risas del público. Los más festejados fueron siempre los Vampiros en La Habana, pero su saga de Elpidio Valdés peleando de mil maneras contra el enemigo imperialista, que llegó al largometraje, puso en evidencia los oscuros matices de una guerra desigual contra una nación acorralada. Los cubanos, por supuesto, aullaban de gozo ante cada pequeño triunfo de su pueblo, aunque solo se tratara de festivas fantasías dibujadas y coloreadas.
Con su barriga enorme y su vaso de ron en la mano, Padrón se aparecía casi siempre por ahí para ver a su público reír a carcajadas con sus ocurrencias. Nada de solemnidades. Sencillo, tímido, modesto, se llenó muy pronto de amigos y admiradores. Celebrado en buena parte del mundo, recibió en Cuba en 2004 el Premio Nacional de Humor y en 2008 el Premio Nacional de Cine.
Murió en La Habana al amanecer del pasado 24 de marzo.