El de JD Salinger es uno de esos misterios del mundo de la literatura que nadie podrá desentrañar jamás. Dedicó años a cavar un agujero, pulió sus bordes, decoró sus angostas paredes. Arrastró luego un pedrusco enorme del tamaño de sus fuerzas y lo colocó encima del agujero mientras se acomodaba al fondo. Ahí se quedó durante buena parte de su vida, a media luz, tapándose los oídos para no escuchar chismes, historias, noticias de afuera. Solo removía el pedrusco de vez en vez para permitir la entrada de una chica guapa, joven, con aspiraciones literarias.
Al agujero se llevó El guardián entre el centeno, una novelita que lo cubrió de gloria. Una pequeña obra maestra de múltiples aristas que parece centrarse en el tránsito de la adolescencia a la juventud en las peores condiciones.
El éxito lo había sorprendido a contrapié. Se le vino literalmente el mundo encima con un título que ha vendido hasta la fecha 80 millones de ejemplares en buena parte del mundo. Con ingresos millonarios pudo haber vivido como rey en un apartamento neoyorquino, vestir las mejores ropas, viajar por el mundo. En lugar de eso, en cuanto apareció su libro, en 1951, y tuvo conciencia de que había entrado de golpe a las páginas de la historia de las letras, buscó refugio en una granja en New Hampshire. Vivió ahí hasta su muerte el 27 de enero de 2010 por causas naturales a los 91. El New York Times, el primer diario en dar la noticia, despidió entonces a quien definió como “un recluso literario”.
Se entiende que Salinger salía de vez en cuando de su agujero. A veces para contraer nupcias en matrimonios que no prosperaban, para buscar jovencitas que gustaban de la escritura y la lectura o para comparecer ante los tribunales en el curso de constantes violaciones a su privacía. Esas demandas constituían de hecho el pan de todos sus días. Su búsqueda obsesiva de intimidad en realidad había dado como resultado una suerte de permanente persecución de periodistas, admiradores, fotógrafos y conocidos, que tuvo algunos de sus momentos más sorprendentes cuando un reportero se ocultó en un cesto de basura para retratarlo de manera inadvertida o cuando alguien lo fotografió haciendo las compras en el supermercado.
Muchos de sus devotos han esperado pacientemente desde los días de su muerte la aparición de por lo menos un volumen de textos póstumos, cuentos, relatos, tal vez otra novelita. En realidad pueden seguir esperando. Es más, pueden sentarse porque la cosa va para largo, a juzgar por lo expresado hace poco al diario británico The Guardian por Matt Salinger, hijo del escritor.
El heredero del autor ha trabajado en la búsqueda y selección de textos para su publicación en el esperado volumen prácticamente desde la muerte de Salinger. Los resultados de sus pesquisas serán publicados dentro de 10 años, más o menos. Esperemos, pues.
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