Tras una semana llena de noticias desesperanzadoras, empecé a leer un libro llamado Todo está jodido. Esto carece de sentido hasta que uno lee el subtítulo: Un libro acerca de la esperanza, escrito por Mark Manson, previsible autor de El sutil arte de que te importe un carajo. Y el capítulo segundo, basado en El error de Descartes, de Antonio Damasio, me hizo clic, por razones que pronto quedarán en claro.
El capítulo en cuestión alude al espejismo del control, recordándonos que todos hemos vivido la experiencia de saber cómo debemos actuar y sin embargo ser de plano incapaces de hacerlo. Sabemos que ese pastel o esa copa están de más, pero cedemos a la tentación, y en general somos víctimas de una suposición: la de que nuestras emociones son un problema y nuestra razón debe entrar el quite para reparar los estropicios.
“Sucumbir a nuestros impulsos emocionales se considera una falla moral. Vemos la ausencia de autocontrol como síntoma de un carácter deficiente. En contraste, aplaudimos a las personas que consiguen dominar sus emociones”, dice Manson. Pero todo se basa en la suposición de que la razón es buena y la emoción mala. Error.
Enseguida usa una metáfora importante. La mente es como un auto, y a bordo trae a dos pasajeros: Cerebro Racional y Cerebro Emocional. Por supuesto, el primero es consciente, preciso, imparcial, aunque lento; el segundo es impreciso, irracional, rápido y melodramático. Solemos pensar que el auto de nuestra mente lo conduce Cerebro Racional y que Cerebro Emocional va de pasajero; tal es la suposición errónea: la de que la razón conduce nuestras vidas y nuestras emociones van como pasajeras. ¡Pero la cosa es totalmente al revés! Nuestra vida la controla Cerebro Emocional, y por eso hacemos lo indebido aun a sabiendas de que es malo: porque no nos da la gana.
A Cerebro Emocional le valen gorro los datos y los hechos de la realidad: cuando decide que quiere hacer algo, de nada vale lo que le diga Cerebro Racional. Se sube en su macho y ni hablar, porque él es quien tiene el control de nuestra mente. Y lo peor es que a la larga, Cerebro Racional justifica al conductor, racionaliza las cosas y uno piensa que se merece lo que está viviendo.
La única salida para Cerebro Racional no estriba en darle datos o hechos a Cerebro Emocional, sino en aportarle sentimientos. En esencia, esto significa negociar con él como se regatea en el mercado: tiene que sentir que gana algo para cambiar. Si aplicamos está metáfora a las discusiones actuales entre mexicanos, entenderemos algo sobre la recalcitrancia que ha dificultado tanto el diálogo fraterno. Entendamos que Cerebro Racional y Cerebro Emocional se necesitan el uno al otro.