El suicidio de mi maestro de guitarra

Ciudad de México /

La “Sonata para piano núm. 21” de Schubert comienza con un intenso llamado a la ternura. Después, aparecen muchos obstáculos mientras avanza: ansia, desdicha, ira, miedo, desesperación y venganza. Pero la intención en la ternura ha sido definida (suave música que hermane a través del cariño y la tolerancia). Esa es la idea original. Pero, claro, las cosas de la vida suelen estar destinadas a torcerse.

Jorge me dio clases de guitarra acústica. Yo tenía 13; él, 17. Voz acerada, manzana de Adán prominente. “Que tu máximo interés sea siempre expresivo, nunca técnico”. Y entonces, con los ojos cerrados, yo construía intensas versiones libres de “Fantasía para un gentilhombre” de Joaquín Rodrigo. Jorge me detenía. “Pero de nada sirve una expresión desbordante sin técnica sólida que la sostenga, así que abre los ojos y asegúrate que tus dedos se muevan correctamente entre los trastes y las cuerdas”. Era un hombre que me abría una puerta para luego cerrármela en la cara.

Yo caminaba tres cuadras (de Inglaterra a Canadá) en Parque San Andrés para llegar a su casa. Él hacía sonar su guitarra. Luego yo hacía sonar mi guitarra. Coyoacán se hacía de noche afuera de nosotros. Y todo estaba bien si lograba producir un sonido parecido. Así que la música es esto, yo pensaba, todo se trata de ser espejos nocturnos. Pero mis pensamientos siempre terminaban por volverse invasivos: La mujer que lo espera en el comedor no es la misma que vi hace dos meses, ¿se habrán conocido en uno de esos bares de la Condesa en donde él canta los fines de semana? La voz de él es oscura. Eso seguro a ella le gusta. ¿El importe de mis clases les paga cuartos de hotel? Jorge se irá a León en un mes. Se unirá a una banda. Debo pedirle el álbum doble de The Doors que le presté antes de que se vaya.

Hace tres días, 18 años después de nuestra última clase, Jorge se colgó de un árbol cerca de Malinalco. Yo escucho a Schubert y lo recuerdo muy alto, muy flaco, muy pálido, sonriente, soberbio, atento y con un arete plateado con forma de espada en el lóbulo de la oreja izquierda. Cuando lo encontraron, llevaba tres horas colgado. Se fue a León y no volví a saber de él. Ahí es donde lo pierdo. Soñaba con vivir de la música (escribía canciones en un cuaderno con Beetlejuice en la portada). ¿Y de eso a su suicidio qué ocurre? El inmenso primer movimiento de la “Sonata núm. 21” quiero entender que lo resuelve: cualquier pureza está destinada a corromperse. La poética de la vida es tan hermosa y siniestra: derrumbe/nacimiento/derrumbe/nacimiento/derrumbe/¿nacimiento?

No habrá funeral. Lo han incinerado sin fiesta, lejos de cualquier guitarra.

Lo recuerdo vivo y lo imagino muerto. ¿Cómo lleno lo que ha ocurrido en medio? ¿Cuáles fueron sus luces y fantasmas, ilusiones y violencias, horrores y esperanzas? Resulta inútil. Contra la inmensidad de su belleza y desgracia, ¿yo qué puedo? Cualquiera que éste haya sido, ¿yo qué puedo contra su maldito abismo?.

Hugo Roca Joglar

  • Hugo Roca Joglar
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