Mi cobardía resulta definitiva

Ciudad de México /

Esta necesidad enfermiza de asociar todo nuevo elemento con un recuerdo. No conozco la experiencia sonora que estoy recibiendo en este momento. Asombro. Miedo. El miedo puede dentro de mí más que el asombro: termino asociando: suena como un trueno apagado. De una experiencia que pudo llevarme más allá de mis fronteras, lo único que queda es esto: una frase mensa. 

Las cuatro de la tarde en el Parque San Lorenzo. Lechosa luz de domingo se filtra entre las ramas de los árboles. Mirada contra los vitrales del Templo Santa Mónica, la luz se vuelve iridiscente, como si prendidas a su cuerpo llevara muchas flores fantasmales. Pero incluso los colores en el aire no consiguen sorprenderme. Los contemplo con frialdad cotidiana, con la misma estática indiferencia que uso para mirar un coche, la banqueta o mi zapato. Yo, que solía ser tan elástico. El tiempo me ha hecho daño. Los años me han enfermado. En algún momento me envolvió el miedo y perdí la capacidad de asombro. ¿Cuándo? En algún momento entre la consagración de mi erotismo y mi independencia, entre mi supuesta liberación y el tercero de mis derrumbes. Y los pájaros sobre mi cabeza no pueden quedarse quietos ni saben sobre silencios. Su acrobático canto parece formar parte de los cromáticos caprichos de los resplandores en el viento. Esta parte de la colonia Del Valle resulta tan suave. A pesar de los aviones, que arriba de las frondas vienen y van desde/ hacia tierras lejanas, donde alguien siempre anhela con todas sus fuerzas recuperar su antigua perdida pureza.

Ir y venir. Aquí y allá. Principio y fin. Una cosa lleva a la otra y de pronto ocurre que se está haciendo tarde. Pronto llegará la atmósfera de los brillos artificiales y las sombras. Y con la noche se irá aclarando esta sensación siniestra y hermosa de estar atrapados en una cíclica condena de representar los sueños de toda la gente muerta que intervino en nuestro nacimiento de alguna manera. Pero, claro, no los sueños que aceptaron abiertamente y persiguieron, sino los que soñaron con miedo y culpa. Esta cíclica condena de estar hechos de sueños secretos. 

Y, sin embargo, hay oportunidades. Es posible reeducarnos. Trascender a nuestras fallas y faltas. Ser personas tranquilas, armónicas y sonrientes. Así que vuelvo a intentarlo. Aunque ahora, libre de recuerdos. Libero mi pensamiento de asociaciones. Olvido referencias, anclas, pasado y a mi abuela. Me entrego a esta experiencia sonora que no conozco con alas abiertas. Quiero ser atravesado por ella e ir más allá de mis fronteras. No la encuentro. Espero. Le doy tiempo. Ya no suena. La he perdido para siempre. Del rechazo inicial ya no hay salida. No hay reconciliación posible. Mi cobardía resulta definitiva. 

@hugorocajoglar

  • Hugo Roca Joglar
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