No quiero hacer de esto un problema, pero necesito crear palabras nuevas. Recorro mis lenguajes y pienso en letras que jamás he escuchado juntas. Invento LANIA (creo inventarla). Me ilusiona su novedoso sonido. “Seguro así se llama alguna nereida”, pienso. Pero no, resulta peor: nada hay mitológico en LANIA; se trata del nombre de un laboratorio en Xalapa (acrónimo de Laboratorio Nacional de Informática Avanzada).
Y así suele ser con todo lo demás: cualquier presentimiento triste es siempre más oscuro de lo que había imaginado. ¿Tanto derrumbe se trata de un asunto de incapacidad, fantasía torcida o simple mala suerte? No poder entenderlo terminó por sumirme en la angustia.
Recorro mis lenguajes y pienso en letras que jamás he escuchado juntas. Invento SULO (creo inventarla). “Seguro así se llama alguno de los gansos salvajes que Selma Lagerlöf puso ahí para acompañar las aventuras de Nils)”, pienso. Pero no; resulta peor: nada hay literario en SULO; se trata de una empresa queretana que vende contenedores de basura.
Entonces llega un momento en el que ya es suficiente. La imaginación se colapsa tras tantas decepciones. Paralizado sin capacidad de asombro, el cuerpo recurre a los paisajes seguros. Es decir, a sus errores. Es decir, a sus vicios. Es decir, a sus fantasmas. Cada intención se vuelve más y más desesperada. La salida del horror está en el horror mismo: recibir cara a cara su mordida y sufrirla. Para luego desbordarse.
Recorro mis lenguajes y pienso en letras que jamás he escuchado juntas. Invento HUNGA (creo inventarla). “Seguro así se llama alguna agencia de seguridad clandestina (Heroica Unión Nacional de Gendarmes Autónomos)”, pienso. Pero no, por fin resulta mucho mejor: nada hay político en HUNGA; se trata de un ¡volcán submarino! cercano a la isla ¡Fonuafo’ou! en el país Tonga, cuya independencia fue en 1970.
El miedo no se ha ido. Tampoco percibo salidas. Sin embargo, algo es distinto: El desborde sensual en que me he convertido me ha dejado mudo. Mudo y vacío. Y no existe mejor estado para una persona asustada dispuesta a reeducarse.
Recorro mis lenguajes y pienso en letras que jamás he escuchado juntas. Invento CAMILENA (creo inventarla). Me ilusiona su novedoso sonido. “Seguro así se llama alguna planta selvática de cromatismo exaltado”, pienso. Pero no, resulta peor: nada hay floral en CAMILENA; se trata del nombre de una casa que se renta a través de Airbnb al noroeste de Francia.
No quiero hacer de esto un problema, pero necesito crear palabras nuevas. Ahora comienzo a estar contento. Por primera vez en mi vida estoy abierto hacia el nacimiento.
Hugo Roca