El fotógrafo, el retocador, Lyn May y otras vedettes

Ciudad de México /

La dupla está formada por Juan Ponce y Salvador Casas Hernández. El primero es conocido como fotógrafo de mujeres que iluminaron la vida nocturna partida por un sismo que difuminó una época; el segundo, un sobreviviente del boom que coloreó fotografías en blanco y negro.

Ponce retrató bailarinas jóvenes que hoy son abuelas, otras han muerto o viven en el retiro; unas más incursionaron en el cine y continúan en la farándula, narran sus anécdotas en programas televisivos y, por lo tanto, son aludidas por revistas dedicadas al chismorreo.



Casitas, como le dicen, es de los pocos retocadores de fotografías que subsisten. Está en un local de la plaza El Pensador mexicano, sobre Eje Lázaro Cárdenas, hasta donde llegó Ponce, fotógrafo de la vieja guardia que le pidió colorear parte de su obra, en especial imágenes de vedettes.

Con 70 años de edad, Casitas tiene media vida dedicado a este oficio, que inició junto a su padre, quien tenía su negocio en la calle Donceles, Centro Histórico de la Ciudad de México, donde otros retocadores tenían sus espacios, donde llegaba gente de todo el país.

Mientras narra parte de su vida, Casitas retoca una foto de la vedette y actriz Lyn May —Tívoli es una de las películas más emblemáticas en la que ella participó—, retratada en sus tiempos de juventud por Juan Ponce.




Cuando se le pregunta cuál es el tipo de fotografías que se le facilita más, Casitas recurre a una anécdota de su padre —que había cumplido medio siglo de retocador— para responder.

— Oyes, papá, ya en los últimos retratos que estás haciendo, ya no te cuestan trabajo, ¿verdad?”

—No —respondió el padre—, a mi me ha costado trabajo desde el primer retrato hasta este último que estoy haciendo.

—Y lo mismo le pasa a usted.

—Sí —contesta ahora —, siempre recuerdo esa frase de mi papá. Como si estuviera yo empezando. Siempre es un reto. Tengo estos colores, este material, yo los voy a ordenar para plasmarlos aquí.



Y comienza con el rostro; después serán los brazos, las piernas y el resto de las sinuosidades; todo el cuerpo de Lyn May, desde la espalda, las piernas, los pies, los hombros y el discreto busto.

Lo mismo hará con otras fotografías de vedettes, algunas con breves trajes de baño; otras de torso desnudo.



***

Hace 15 años Juan Ponce conoció al encargado de las vitrinas de exposiciones del Metro. Juan, que tenía una tienda de artículos fotográficos, recibió la visita de ese cliente, quien le pidió un lente que no tenía en el negocio, sino en su casa, a donde lo acompañó el funcionario.

El cliente quedó impresionado cuando vio los cuadros con fotografías de vedettes y artistas que Ponce tenía colgados en su casa. Al visitante se le olvidó su encargo y quedó atrapado por las fotos.


—Oyes Ponce, de quién son esas fotos.

—¡Mías!

—¡No, pero quién las tomó!

—¡Pues yo!

De esa forma se desarrolló el diálogo de Ponce con el funcionario, quien lo invitó a que mostrara sus fotos en esa gran sala de exposición que forman los pasillos y áreas de transferencias del subterráneo.

En los años 70, cuando comenzó a trabajar de fotógrafo en El Metropolitano, de la mano del Chato Azcona, Juan Ponce había sido invitado a exponer, pero no le interesó.



En Chato Azcona, un reportero de diarios, fue uno de sus impulsores, pues al año de haber entrado, le dijo:

—Usted se va a ir pronto, Poncesito.

—Ay, señor, por qué.

—Te van a llamar de otro lado.

Y Ponce, incrédulo, fue invitado a colaborar en el diario La Prensa, donde reporteros y directivos le solicitaban fotos especiales. De forma paralela también colaboraba en revistas.

Murió el Chato Azcona, su mentor, y Ponce lo recordaría con gratitud. Aquel hombre había quedado impresionado con su estilo de fotógrafo que comenzaba a despuntar.



Y de ahí en adelante siguió tomando todo tipo de fotos, pero lo encasillaron como fotógrafo de vedettes. En realidad, recuerda Ponce, trabajaba en todas las fuentes periodísticas, incluso en la policiaca.

Lo que pasa es que entró a chambear en el periódico Estadio —en aquel entonces competencia de Ovaciones—, donde le pidieron una foto diaria de actriz, modelo o vedette para publicarla en la contraportada.

Después de años desapareció ese periódico y lo llamaron de revistas y otros medios —Órbita, Chulas y divertidas, etcétera—, de modo que se hizo amigo de actrices y figuras del espectáculo que lo contrataban para fotografiarlas en diversos escenarios.

Y así es como desde hace 15 años ha sido invitado a presentar su inmensa obra en la que también incluye fotos de cantantes, boxeadoras y boxeadores, entre otros personajes, sobre todo mujeres.

Y ahora Juan Ponce experimenta con fotografías en blanco y negro intervenidas con el aerógrafo, el lápiz y el esfumino de Casitas, para exponerlas en la sala José María Velasco, donde habrá más de ochenta fotografías.


—¿Por qué lo haces?

—Siempre me ha gustado la pintura; soy malo, pero me gusta iluminarlas

—Y ahora con el maestro Casitas y vedettes. ¿De qué años son?

—Desde los setenta.

Juan Ponce ya ha expuesto en diversos espacios y no ha sido censurado. Incluso publicaron un libro, Chulas y Divertidas, en el que incluyen fotos suyas. “Corrimos con mucha suerte”, dice.

—No es porno— se le comenta.

—No —responde—, son desnudos artísticos; quizás un poco eróticos, pero no porno; se trata de mostrar la belleza de la mujer.


***

Salvador Casas Hernández describe su trabajo: “La primera parte, para la textura, ponemos pintura acrílica con brocha de aire; después, ya que están los colores, para definir más, con el esfumino o el lápiz.

Desde joven, Casitas tuvo la inquietud de pintar al óleo; entonces su padre lo envió a escuelas particulares.

Antes, en los años cincuenta, comenta, abundaron los retocadores de fotos, porque la fotografía era en blanco y negro.


—Fue el apogeo.

—Sí, había improvisados; gente más preparada y con cualidades; hubo muchísimos retocadores con aerógrafos, la mayoría estaba en Donceles 99, entre ellos mi papá.

—Y llegó la fotografía a color.

—Ah, sí, se fue transformando con esto del aerógrafo; había fotografías que ya no necesitaban retoques. Lo importante es que el ser humano se sigue retratando.

—Pero necesita estar en blanco y negro.

—Ah, sí, y hay gente que les gusta el retoque antiguo. Es como un sabor.

—¿Qué siente cuando colorea una fotografía?

—Hay veces que me dejo llevar por los rojos o los verdes, pero me digo: “Calmado”. Lo importante es que estamos trabajando con un ser humano; aquí tenemos que destacar la suavidad de la persona; todo eso está en mis manos, no en un clic.

—¿Tiene que ser una buena foto?

—Sí, pero hay veces que vienen muy destruidas y las reestructuro; hay unas donde está la nariz perdida, por ejemplo, ¿pero ya qué puedo hacer?

—De alguna manera también reconstruye.

—Sí, también somos reconstructores.

—Esa foto de Lyn May, por ejemplo, está bien delineada.

—Sí, y es papel nuevo; otras, sin embargo, vienen muy destruidas y de plano perdieron la boca; entonces qué hago, ni modo que la adivine.

Y habla de la obra de Juan Ponce, donde se conjugan los dos oficios. “Tenemos que hacer mancuerna: yo debo respetar su mensaje, el de la imagen que me está mandando; tengo que acabarla de interpretar”.


—Y qué le parecen las fotos.

— Muy bien, magníficas; tiene sensibilidad, tiene técnica.

—¿Cada intervención en una fotografía es única —se le pregunta—, aunque repita la misma imagen en blanco y negro?

—Siempre llego, abro aquí y pienso: “A lo mejor hoy voy a hacer el retrato que va a quedar para la historia”. También hay el sueño de Leonardo Da Vinci, ¿verdad?, así quisiera, aunque sea dejar un retrato.

Y aquí, en un pequeño local sin pretensiones, está el retocador Casitas, quien transforma estas imágenes de exuberantes bailarinas que engalanaron aquella vida nocturna que comenzó a desaparecer con el temblor de 1985.

Humberto Ríos Navarrete

  • Humberto Ríos Navarrete
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