El lado negro de la Zona Rosa

Ciudad de México /


Hace más de sesenta años nació la Zona Rosa, que no era blanca ni roja, aunque medio siglo después vendrían días negros que sangrarían su corazón, como aquellas acciones de Los Narcosatánicos, dirigidos por El Padrino, y el secuestro de 13 jóvenes tepiteños cuyos cuerpos fueron encontrados en una fosa de un municipio mexiquense. Los dos hechos sucedieron cuando esta franja de la colonia Juárez, entre las avenidas Insurgentes y Chapultepec, delimitada por Paseo de la Reforma, fue quedando en el olvido, pues surgieron otros polos; entonces comenzó a teñirse de gris, negro y rojo; aunque ahora trata de levantarse, pero ese cuento acaba de nacer.


En aquellos tiempos de encanto, más de medio siglo atrás de los hechos que conmovieron, la Zona Rosa era un sitio de reunión entre pintores, escritores y personajes del jet set; con varios cafés y salas de té, restaurantes, un hotel que todavía sobrevive y galerías de arte que simulaban el So Ho de Nueva York y barrios de París con aires bohemios.


El artista plástico José Luis Cuevas, llamado entonces el Enfant terrible del arte mexicano, quien falleciera en 2017, pintó un mural efímero en honor a la artista cubana Rosa Carmina. Eran los años sesenta. El escenario fue un edificio de las calles Génova y Londres.

De ahí, dicen, surgió el nombre del lugar, que el propio Cuevas decía ser el autor; otros hablan de un juego de palabras en el sentido de que durante el día la zona era blanca y por las noches se tornaba en roja, para después teñirse de rosa.



Lo cierto es que esta zona, insertada en una franja de la época porfiriana, tuvo su encanto, pero su nivel bajó conforme pasó el tiempo; y, eso sí, se volvió más incluyente, aunque se tornó insegura, mientras la autoridad desvió la mirada y la dejó como una isla a la deriva.


En los primeros años de la administración de Ricardo Monreal, que estuvo como delegado en Cuauhtémoc, entre 2015 y 2017, hubo un intento formal por rescatarla; incluso el propio político supervisaba la obra que, sin embargo, quedó a medias y con material de mala calidad; ahora las autoridades prometen que la recuperación va en serio.

Pero son promesas.

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Es tarde-noche y pasas por la calle de Génova, no tan lejos de Liverpool, y te viene a la mente que en este lugar había un restaurante exclusivo, Konditori, donde se reunían integrantes de Los Narcosatánicos, así llamado un grupo de hombres y mujeres que practicaba la santería y se involucraron en horrorosos asesinatos. Se decían adoradores del Palo Mayombe. Los comandaba un tal Adolfo de Jesús Constanzo, El Padrino, de origen cubano, que en el año 1989 murió durante un enfrentamiento con la policía, a pocas cuadras de ahí, en la colonia Cuauhtémoc, no muy lejos de Paseo de la Reforma. Habías hurgado un grueso expediente sobre el caso y publicaste un reportaje de varias partes en el entonces diario unomásuno. Algunos de los crímenes se cometieron en la colonia Juárez. En uno de los domicilios, segundo piso de un edificio de las calles Londres y Dinamarca, descuartizaron a una de sus víctimas, que después transportarían en la cajuela de un auto hacia la periferia.


Pasó algo de tiempo en volver frente a ese lugar, pues durante noches estuviste en una oficina de la entonces Procuraduría General de Justicia del DF, en la colonia Doctores, donde anotabas y anotabas entre abultados expedientes que describían los crímenes; en ocasiones alternabas esta labor con la grabación en voz baja, pues corría el tiempo y transcribir cansaba; de modo que en tu memoria quedaron selladas escenas de terror contadas por involucrados en aquellos hechos del grupo que traficaba drogas y cooptaba incautos para hacerlos adoradores del mentado Palo Mayombe, una religión cubana que, según dicen, “se caracteriza por el empleo de dos ngangas (recipientes), una para el bien y otra para hacer daño”.

Todo inició tiempo atrás, en Matamoros, Tamaulipas, y en Brownsville, Texas, donde el grupo criminal tenía un cementerio clandestino, y culminó en el entonces Distrito Federal, de manera concreta en un edificio de la colonia Cuauhtémoc, en el que se parapetaron presuntos que comenzaron a disparar contra la policía que los había acorralado, al mismo tiempo que desde ventanas lanzaban billetes para desviar la atención.

En ciertos ritos también hubo actores, actrices, cantantes, algunas muy populares, y agentes de la policía, entre estos un agente federal, al que describían como un enigmático sujeto de rostro asimétrico; no hay certeza de que personajes de la farándula participaran en asesinatos, pero no escaparon de ser mencionados en revistas y tabloides.

De todo eso te acuerdas cuando pasas esta tarde-noche frente a ese lugar en el que estaba el Konditori —ahora hay una taquería —, donde se reunían algunos de los miembros de la secta, no muy lejos de otros domicilios, como la calle Pomona, cerca de la Glorieta Insurgentes, donde además tenían departamentos los integrantes de aquel extraño grupo delincuencial, en el que también participaría Sara Aldrete Villarreal, todavía en la cárcel, quien a la postre escribiría un libro titulado Me dicen La narcosatánica. Años después la entrevistarías por su labor en la prisión y su lucha por salir, pues alegaba, alega, que ya cumplió su castigo, pero le ponen trabas.


También te viene a la mente el caso de los 13 jóvenes, hombres y mujeres, que el 26 de mayo de 2013 desaparecieron del bar Heaven, ubicado en la calle Lancaster. Tres meses después, el 23 de agosto, sus cuerpos fueron encontrados en una fosa clandestina en Tlalmanalco, Estado de México. Se dice que fue una venganza entre bandas criminales de Tepito.


De todo eso te acuerdas cuando sigues caminando por la Zona Rosa, sobre Génova, bullicioso corredor con bares al aire libre que desemboca a Paseo de la Reforma; esa calle que comienza en una de las salidas de la estación del Metro Insurgentes, lugar de encuentro de la comunidad lésbico gay y escenario de grescas, como la sucedida hace poco entre comerciantes ambulantes que se disputaban el espacio.


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En la Zona Rosa hay alrededor de 700 negocios que tratan de resurgir entre altibajos, sobre todo ahora con la pandemia, dice Rafael Saavedra Álvarez, presidente de la Asociación de Comerciantes del lugar.


“Tenemos 18 años invitando a toda la gente, colegas, no solamente a hoteles, restaurantes, bares, sino a cualquier comercio que ponga una ofrenda de muertos para tratar de generar una asistencia”, comenta Saavedra Álvarez. “Tratamos de volver la tradición de la Zona Rosa”.

Y autoridades vienen y autoridades van, pero hasta ahora nadie tiene un verdadero plan de renovación de esta zona estratégica de la ciudad.

—Y eso que están en un buen lugar.

—Estamos a un lado del Corredor Reforma, que va desde Polanco hasta prácticamente el inicio de avenida Juárez. Tiene instalado casi el 60 por ciento de las habitaciones de gran turismo que hay en la Ciudad de México.

Y aunque Zona Rosa no ha sido prioridad en la agenda de las autoridades, según Saavedra, ahora parece asomar un guiño para iniciar un compromiso real. “Confiemos que sea un momento coyuntural en el que se sumen las fuerzas para que rescatemos esta zona, ¿no?”.

—Y aquella Zona Rosa quedó muy atrás.

—La Zona Rosa que vivimos en los 70-80 y parte de los 90 ya no existe. Esto ha cambiado y, por lo mismo, se ha transformado, pues se ha hecho más incluyente, más democrática, más popular; la capacidad económica de la gente que nos visita es otra. Los empresarios nos hemos tenido que adecuar para ofrecer eso: algo que esté al alcance de todos los que vienen.

—Pero Ricardo Monreal le metió mano a la Zona Rosa.

—La verdad es que yo no quisiera que parezca que vemos el vaso medio vacío cuando también se puede ver medio lleno; hay que reconocer que hacía mucho que no se hacía algo y se hizo, y eso es de apreciarlo y valorarlo; además lo hizo en un momento en el que le quedaba un año de administración y era arriesgado políticamente hablando. No podemos elogiar lo que no está completo, pero fue un intento.

—Un relumbrón.

—No se pudieron acabar todas las calles y hubo una sustitución de drenaje en la Zona Rosa donde había estos drenajes como de barro; eso se cambió, pero si no está completo se vuelven cuellos de botella.

—¿Y las actuales autoridades?

—Tenemos confianza en que estos siguientes tres años, con el apoyo de la Jefa de Gobierno, en mancuerna con la alcaldesa, que tiene todas las intenciones de hacer de la Zona Rosa una zona moderna, incluyente, atractiva, limpia, bonita, que seduzca…



Es cierto que la Zona rosa ya no será igual que antes, pues con el tiempo surgieron otros polos de desarrollo, pero no estaría mal que recibiera una manita de gato para hacerla más atractiva, sobre todo limpia y segura, dicen aquí, en memoria de su pasado histórico.


Humberto Ríos Navarrete

  • Humberto Ríos Navarrete
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