Duró de los años 30 a los 90. No había protestas masivas y florecían comercios. Pero empezó la decadencia y el abandono. A un costado de la Secretaría de Gobernación, donde aún despachaban sus titulares, estaba El Patio, un centro nocturno en el que fulguraban estrellas del espectáculo y la canción como Lucha Villa, José José, Javier Solís, Agustín Lara y Pedro Vargas, entre otros, y los más famosos cantantes extranjeros. Un día llegó la esposa del entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines.
La boyante vida en ese tramo, que llegaba hasta el entronque de Reforma y Juárez, y torcía a la derecha, era enriquecida por El Patio, ubicado en el número 9 de la calle Atenas, colonia Juárez; pero desde hace años no es más que un esqueleto. En la acera, mientras tanto, acampan menesterosos en tránsito y algún desbalagado poeta callejero que muere de nostalgia. A veces brota un olorcillo a excremento y orines. No importa que desde ahí se adivine el despacho del “responsable de la política interior”.
El Patio cerró en 1994.
Y la última presentación fue del llamado Príncipe de la Canción, José José —esa noche interpretó una pieza de jazz, acompañado de su contrabajo, y “Barrio pobre”, de Álvaro Carrillo—, cuyas baladas han motivado borracheras, desamores, juramentos y refugio de apasionadas parejas; también debutó, entre muchos más, Raphael, El Divo de Linares, como se le conocía a quien abarrotó ese lugar, inservible desde hace 23 años: solo quedan sus ruinas.
Poco a poco ha sucedido lo mismo con inmuebles cercanos. Permanecen desvencijados. El más reciente adiós fue para el cine Bucareli. La empresa administradora de la sala cinematográfica ordenó bajar sus cortinas para siempre. El tiro de gracia fue disparado por las incesantes manifestaciones. Un negocio más que no han resistido los embates.
También ocurrió con la tradicional cantina que llevaba el nombre de la histórica avenida. El siguiente paso es la muerte.
El primer día de enero de este año, el cine Bucareli, que fue inaugurado en 1942, amaneció con el portón atrancado y manuscritos de trabajadores, como el que simula un colofón: “¡Gracias CNTE —refiriéndose a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación—, por tus estúpidas manifestaciones ha cerrado un gran lugar y dejaste sin empleo a mucha gente!”.
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Y a tiro de piedra se alza el Reloj Chino, bien cuidado, que parece vigilar su entorno con autobuses y policías federales, listos para formar barricadas en caso de que aparezcan manifestantes, quienes anuncian su llegada entonando consignas por altavoces; y una vez más provocarán que las autoridades ordenen cerrar esa avenida con láminas de acero, cada vez con más espesor, pues las anteriores, frágiles, eran derribadas por quienes disipan su indignación por diferentes motivos.
Y una vez más se opacará la rabia de los pocos comerciantes y vecinos que resisten en la zona. Otros tantos, por más que apechugaron, tiraron la toalla sin que nadie más derramara una lágrima contra la asfixia causada por quienes llegan y acampan durante días, incluso meses, dejando manchas de orines, excremento y comida podrida. La propietaria de un comercio de chapas de acero, que duró décadas ahí, regaba cloro sobre la acerca para ahuyentarlos, pero ni así se iban. Ella fue la que emigró.
El cine Bucareli había dado la batalla —igual que el Instituto de Belleza, Moda, Arte y Creación, en el número 65 de esa calle, ahora convertido en un basurero enrejado—, pero ya no resistió los embates; por más que intentó, ya no pudo. La fachada desvencijada quedó como testigo de épocas que resistieron temblores. A su lado, inservible, lo acompaña un inmueble con el nombre de Instituto de Vivienda del Distrito Federal.
El Bucareli “ya daba patadas de ahogado los últimos meses de 2017”, recuerda David Contreras Pineda, historiador, narrador urbano, organizador de recorridos a museos, plazas y sitios históricos, quien señala que el cine, inaugurado en la década de los 40, empezó con mil 813 butacas. Tenía luneta y graderías. En los años 80 fue comprado por una empresa y lo dividió en cuatro y seis salas. El lobby quedó igual.
Entre los años 1953 y 1960, comenta, se grabaron los populares programas de concursos de Jorge Marrón —“Jorge, servidor; Marrón de ustedes”— como se presentaba el famoso Doctor IQ.
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De esos temas y otros sabe David Contreras, quien se ha documentado y además conoce bien el circuito de cines que dejaron huella en zonas aledañas, empezando por el Bucareli, cuyos administradores, asegura, atendían a cinéfilos cuando tocaban las cortinas metálicas, después de ser bajadas en cuanto llegaban los manifestantes a plantarse.
Y lo mismo sucedió con el majestuoso Palacio Chino, que abrió sus puertas en 1940, sobre la calle Bucareli, cerca de avenida Juárez; con el tiempo, la entrada fue cambiada al número 21 de Iturbide, donde ahora acampan personas en situación de calle. Era de los cines más baratos.
En aquellos años había funciones de matinés, además de la llamada permanencia voluntaria, con entradas de un peso con 50 centavos, añade Contreras Pineda, que dirige el Festival de Leyendas y las jornadas literarias en el Centro Cultural José Martí.
Durante la apertura el glamur invadió la zona que ocuparía el cine Palacio Chino, que años atrás fue Frontón Nacional y Arena Nacional, dice Contreras. “Gary Cooper y Charles Chaplin envían telegramas de felicitación”, añade. “Se estrena la película Luna de Miel, del director Alexander Korda”.
El Palacio Chino, informa el historiador, cerró en agosto de 2016, y en diciembre del año pasado se confirma que ya no será cine.
En los 90, recuerda Contreras, hubo remodelación completa de los cines. Los empresarios redujeron las salas y decidieron exhibir más películas; sin embargo, no a todos les funcionó.
Pero el Bucareli es otro cantar.
En la puerta del inmueble, reforzada con una cortina metálica, quedan manuscritos de empleados que se despidieron: Samantha: “los amo”; Jorge Félix: “hasta la próxima; Daniel: “los amo”; Albi y Marco: “el mejor cine de México”; Simio: “arriba Bucarelito...”
Y el más furioso:
“¡CNTE, vete al diablo!”.
Y un réquiem por Bucarelito.