La luz irradia sobre figuras de célebres criminales y los artilugios que usaron para cometer sus crímenes. Está la del estadunidense Albert Fish, cuyas acciones contenían una alta dosis de perversión sexual, además de practicar el canibalismo; lo acompaña su compatriota Charles Manson, quien dirigía una banda, La familia Manson, en la que militaban mujeres de 20 a 22 años. Sus delitos fueron evidenciados en 1969 cuando ordenó el asesinato de la actriz Sharon Tate.
Los visitantes que entran a la exposición “Asesinos seriales”, entre curiosos y estudiantes que cursan profesiones relacionadas con la criminalística, escuchan la descripción sobre distintos personajes de largas carreras delictivas, todos dedicados a matar en serie, también llamados “monstruos, psicópatas o animal”, según definición de esta muestra, que cumple 10 años en el Museo del Policía.
Hay fotos, videos y películas sobre los culpables —algunos en reclusión, como La Mataviejitas—, además de armas de fuego y otros instrumentos similares a los que usaban: autos y laboratorios, escenarios hechos a escala donde cometían sus crímenes.
Hubo quienes usaban utensilios especiales para realizar incisiones quirúrgicas. Uno de ellos fue Jack el destripador, el “más misterioso y elegante en la historia del crimen”. Mataba prostitutas.
Cerca de ahí está una composición de lo que fue la estancia del italiano Cesare Lombroso, padre de la criminología. Su consultorio estaba repleto de cadáveres. Para su estudio reprodujo con cera rostros de criminales. Se codea con Charles Manson, “el monstruo legendario, quien desde adolescente empezó su carrera criminal”.
Y La bestia loca, un ucraniano que mataba niños. Cometió 55 homicidios. “El cuchillo era su arma preferida”.
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Por esta galería también desfilan Erzébeth Bathory, Gilles de Rais, Andréi Chikatilo, John Wayne Gacy, Donato Bilancia, Angelo Bouno, la familia Sawn, Ed Gein y otros que se abrieron paso para quedar inscritos en la historia del crimen.
Indica el diagnóstico:
“Aunque de forma particular cada uno tiene características psicológicas propias, de forma general comparten rasgos comunes: gran inteligencia mental, poca o nula capacidad de amar, sentir culpa o cualquier reflejo afectivo a terceros no conocidos, gran indiferencia e insensibilidad hacia terceras personas y un gran resentimiento social”.
En la zona reservada para los mexicanos, aunque menos gráfica, están Las Poquianchis, de Guanajuato, acusadas por el delito de trata y de asesinar a 80 mujeres, cuyos cadáveres fueron encontrados en fosas clandestinas. En la fila continúan Los narcosatánicos, comandados por Adolfo de Jesús Constanzo, El Padrino, quien junto con sus cómplices enfrentó a la policía desde un edificio en la colonia Cuauhtémoc.
Una repisa está dedicada a Juana Barraza, La Mataviejitas, que se disfrazaba de enfermera o de trabajadora social. Le imputan 20 muertes de ancianas. Desde el extremo parece observar John Wayne. Se transformaba en un payaso. “Tenía doble personalidad y acumulaba cadáveres en el sótano de su casa”.
Líneas entresacadas del cuadernillo institucional: “Generalmente, la víctima no es la causa o núcleo satisfactor a la realización del crimen, sino que el crimen mismo es el catalizador y disparador de sentimiento de bienestar o placer del victimario”.
En la semioscuridad de la sala, con luces que iluminan retratos de criminales, escenarios e instrumentos diversos, los visitantes avanzan y se detienen mientras escuchan a través de auriculares las narraciones con sonidos y música adaptada.
También muestran las diferentes formas de asesinato: por estrangulamiento y con arma blanca y de fuego. Y los instrumentos para la aplicación de la pena de muerte: inyección letal, cámara de gases y silla eléctrica. A todo esto añaden las técnicas investigativas.
“Es curioso cómo existen teorías que han pretendido validar a estos sujetos como una especialización genética humana —matiza la presentación—, donde el gen cazador se encuentra latente y activo, todo esto en función de una limpieza social por parte de estos sujetos”.
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De los mexicanos solo hay diez casos: desde Goyo Cárdenas, hasta El Chacal de Xochiaca, pasando por El Chalequero, Juan Corona, Rafael Reséndiz, El Sádico y Abdel Sharif y las Muertas de Juárez.
Faltan las biografías más recientes de criminales, que sumarían entre ocho y 10, donde se presume que podría estar la de El Pozolero, quien deshizo 300 cadáveres en sosa cáustica. Las investigaciones están en curso.
La muestra, propiedad de inversionistas italianos, llegó a México en 2006, informa Sandra Luz Reyes Rodríguez, directora general de Exposiciones Seriales, quien aclara que la mayoría de los ejemplos expuestos son personajes de Estados Unidos y europeos, mientras que a los mexicanos “se les trata de una manera sutil”.
Los enfoques de la exposición tienen una intención sociológica y desde un punto de vista de la criminología; o sea, estudiar el delito, sus causas y el modo de actuar de las personas que lo cometen.
Hay muchos tipos de asesinos seriales, explica Reyes, pero en México no se les han tratado como tales, “porque simplemente mató a equis número de víctimas y hasta allí”, por lo “se está haciendo una investigación con base en los más famosos o más conocidos, que han sonado en medios”.
Se le comenta que en México han surgido asesinos durante los últimos años, con lo que ella coincide, y es cuando acepta que incluirían más casos de mexicanos, pero de inmediato aclara que se lleva mucho tiempo para “estudiar a fondo cada uno de los personajes: cómo fue su vida desde la infancia, “qué motivos fueron los que de alguna manera lo orillaron o lo inclinaron a ser un asesino serial”.
—Faltaría El Pozolero, por ejemplo.
—Sí, hay muchísimos, hay bastante material; pero no es conveniente hacer publicidad de ciertas personas; por ese motivo, no podemos aventurarnos… ¿Por qué? Porque se está haciendo la investigación en términos generales y de ahí se tomarán los casos que han sido más interesantes o que han marcado de alguna manera a la sociedad mexicana.
—¿Para cuando estarán los nuevos personajes en la exposición?
—Más o menos para finales del próximo año, 2017, esperamos tener algo concreto, para empezar en la parte logística; ahorita estamos en la parte de investigación, pues nos gusta cuidar mucho la información en cada una de nuestras exposiciones: que los datos proporcionados al público sean precisos y reales. Porque muchas veces ni la policía sabe cuál fue el número de víctimas o cuántas fueron a las que asesinaron…
Husmear en este recinto es como inmiscuirse en la vida salvaje de los asesinos más célebres; sin embargo, todavía falta por narrar la de otros que han saltado a la fama por sus atrocidades, por lo que son exploradas con el escalpelo de historiadores, quienes decidirán si merecen tener un espacio aquí. Pero algunas historias actuales parecen no tener fin.
“La presente muestra —aclara— no pretende fomentar o enaltecer el morbo de estos hombres o la realización de sus actos, sino crear conciencia sobre el peligro que representan…”