El paso es rápido y largo sobre banquetas del Barrio bravo, atestado de comercios, que tiene su raíz de serlo, a decir del cronista Alfonso Hernández Hernández, quien nació hace 75 años en la vecindad marcada con el número 54 de Florida, la cual salía al 49 de Aztecas.
La vecindad, de un solo nivel y patio amplio, tenía un mesón y servía para guardar carruajes y caballos. En la época posrevolucionaria los mesones se convirtieron en viviendas, relata Hernández, sin dejar de avanzar entre el colorido paisaje y la boruca de vendedores.
Y es que después del movimiento armado, muchos no regresaron a sus lugares de origen y se quedaron a vivir aquí. Fue cuando surgieron las “maravillosas vecindades en las que la gente de provincia empezó a ejercer los oficios que traía o los que requería el barrio”.
Entonces se consolida la gastronomía mexicana, una sabrosa mezcla, se apresura a detallar el historiador del barrio.
En un patio de vecindad se sintetiza lo que es toda la república mexicana. Era posible comer moles de diferentes regiones, “porque el barrio se fue poblando de gente que vino de norte a sur y de costa a costa”.
—Pero hay más del Bajío.
—Bueno –responde-, es donde pegó más fuerte la Revolución; para los del norte era más difícil llegar a la ciudad, pero sí predomina la parte del Bajío en las costumbres, en los oficios y en la gastronomía.
—¿Tus abuelos de dónde eran?
—De Acámbaro, Guanajuato, y de Michoacán, como resultado de la Revolución y de las inundaciones. Eran épocas en las que aquí había establos, corrales con animales de granja para comercializar, caballos para montar, había muchas carnicerías de carne de caballo.
Por fin, después de esquivar diablitos, gente ofreciendo sus productos, casi saltar tenderetes, saludar y responder, Hernández frena en la entrada de una peculiar vecindad.
—Estamos en el número 13 de Bartolomé –sitúa Alfonso y escudriña la puerta de entrada-, la vecindad más emblemática, más antigua y representativa de lo que eran las vecindades en Tepito. En primera, por su época; en segunda, porque sobrevivió al sismo del 85 y no fue expropiada, ya que recién la habían adquirido los inquilinos.
Conserva ese ambiente añejo: bóveda catalana de la época porfiriana, estructuras con rieles de acero. “Esta vecindad –remacha- es la única que conserva sus lavaderos de cantera rosa a pie de piso”.
Ya adentro, desde las escaleras que se bifurcan, orienta: “Aquí se conoce como La Catedral del cilindro, porque está justamente la señora que repara los organillos”.
También es conocida porque filmaron la película Chin Chin El teporocho, basada en la novela del escritor tepiteño Armando Ramírez.
Es la vecindad de la que a veces salen notas musicales mientras doña Silvia Hernández Cortez arregla alguno de sus 16 organillos.
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Silvia Hernández Cortez tiene más de 30 años con la tradición del organillo; la heredó de su esposo, hijo de Gilberto Lázaro Gaona, quien fue el dueño original de los instrumentos musicales.
Ella vive en el primer piso de la vecindad, donde también tiene su taller, del que todas las mañanas salen los organilleros a tocar en las calles de la ciudad. Ellos alquilan los aparatos.
—¿Cómo le ha ido?
—Bendito Dios, a través de la gente bondadosa, les ha ido bien. Les regalan despensas, una moneda…
—¿Qué tipo de organillos tiene?
—Tengo alemanes originales. Unos que vienen de Chile y otros de Guatemala.
Ella misma hace las refacciones y los afina; oficios que aprendió de su esposo y para lo cual se debe tener buen oído.
Muestra las partes de un organillo, como es el cilindro, una especie de engranaje de madera salpicado de alambritos.
“La música ya viene grabada en los rollos”, revela. “Uno nada más repara la réplica de notas musicales. Las hago y las introduzco en el rollo. Un puente, un tiempo, un cuarto de tiempo, todo. Yo reparo teclas, silbatos, cornetas, bajos, violines, todo”.
—¿Cualquier canción?
—La que sea; si en este rollo viene María Bonita, Por un amor y sus notas están deterioradas, uno las repara.
—Aprendió todo.
—Afortunadamente, sí, nada más de ver, porque ellos –esposo y suegro- no permitían que uno entrara al taller. Cuando cayó enfermo mi marido nada más me señalaba lo que yo tenía que hacer.
—¿Cuál de los organillos se le hace más difícil?
—Éste-señala el viejo organillo alemán, que pesa 60 kilos-, porque conozco las piezas, sé cómo van, pero en el armado está el problema; sí, porque digo, ay, ya me equivoqué, tengo que medir en escala para poder ver que no vayan disparejos, porque la nota es en escala, la música es en escala, y sobre la escala uno se baja; unos más alto, medio y bajo…
Termina la visita y doña Silvia continúa con su labor de anticuaria. Entonces se asoman las primeras notas de María bonita, después de colocar los bicos que ella misma prensó para dar forma con una pequeña lija.
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Es el número 13 de la calle Fray Bartolomé de las Casas, muy cerca de la plaza que lleva ese nombre, y frente al Deportivo Tepito, donde está el Maracaná, corazón de ese popular barrio que Alfonso Hernández conoce como la palma de su mano desde que era niño.
Había otra vecindad en la calle de Santa Lucia, dice, a la que llamaban Los cien lavaderos, pero también desapareció con los sismos.
—¿Hay otras parecidas?
—Solo en el 15 de Peralvillo, una vecindad catalogada por el INAH, que llega a Jesús Carranza, con 7 patios laterales, pero esa no pertenece a Tepito.
Varias cosas han desaparecido en el barrio, como las Orejas de elefante, aquellos bistecs-milanesas que no eran de res sino de caballo.
“Nada de eso hubo a partir de que en 1957 se inauguran los mercados públicos y desaparece el comercio callejero, que vuelve a estar presente como resultado de las crisis económicas”, añade Hernández e informa que con la pandemia se intercalan días de venta en el barrio.
—Y el comercio sigue.
—Sí, porque el barrio defiende su propia forma de trabajo y vida, pues el comercio callejero se ha convertido, después del sismo del 85, en la principal bujía económica de Tepito, que oficialmente califican como economía informal.
—Lo es.
—Sí, pero para nosotros es una modesta fábrica social contra la poderosa industria del crimen; preferimos la economía informal a la economía criminal.
Y es parte de cómo el carisma barrial lucha contra del estigma delincuencial, como siguen etiquetando a Tepito.
Es cuando Hernández recuerda que para el barrio este 2020 que inicia “es muy importante, porque se cumplen 500 años de la defensa de México-Tenochtitlan y Cuauhtémoc se atrincheró aquí, apoyado por los mecapaleros del tianguis, para resistir 93 días el sitio”.
Y por lo tanto, aquí mismo, ilustra el cronista Hernández, “tenemos una plaza que se llama Tepiteuhcan, que quiere decir Lugar donde comenzó el tequio obligado o la esclavitud, porque aquí fue apresado Cuauhtémoc la tarde del 13 de agosto de 1521.
—Todo eso sucedió aquí en Tepito.
—Sí, por eso lo de barrio bravo. Por eso acatamos lo que dijo el señor Cuauhtémoc: Seguir defendiendo este solar nativo y su pedazo de cielo.