Residieron en cárceles donde algunas cursaron oficios y al salir pulieron lo aprendido. Una de ellas, Maricela Rodríguez, tiene un negocio de chocolatería y capacita a otras que estuvieron en su misma circunstancia; ahora comparte sus recetas de postres para ofrecerlos y disfrutarlos en libertad.
No solo eso: durante su encierro enseñó lo que había aprendido en la escuela. Maricela, una mujer de baja estatura y de ágil palabra, sonriente y concisa, prefiere no hablar de las causas por las que estuvo recluida. Y aunque no será posible olvidar, prefiere que todo quede atrás.
Y sí, hay mucha vida por delante.
Había estado en el penal de Santa Martha Acatitla, allá en Iztapalapa, donde poco antes de salir todo parecía desolado.
Ella no quería ver hacia atrás, sino hacia adelante, y sin embargo el horizonte parecía inhóspito, pues ni siquiera tenía esperanzas de recuperar su trabajo como empleada federal.
—¿Y qué pensó?— se le pregunta.
—No tengo nada, ni en qué caerme muerta, pero luego dije: “No, cuando yo salga, aunque sea vendiendo pepitas, pero voy a salir adelante”.
Entonces puso manos a la obra con lo que había aprendido; es decir, elaborar postres y piezas de chocolate.
Pero no era suficiente y comenzó a estudiar a través de tutoriales y asistió a cursos. Tenía que aprovechar todo el tiempo que pudiera.
Y es que la buena conducta y su colaboración habían acelerado su salida. “Desde que estuve ahí — dice en referencia a la prisión— di clases de primaria y de secundaria; trabajé en la biblioteca y tenía un puesto de dulces”.
Le quedaba poco para salir en libertad.
Lo primero que pensó fue en hacer trufas; y con esa idea iniciaría sus ventas, ya libre, animada por la familia, que también le compraba.
Y Maricela no dejaba de prepararse y acudía a cursos y más cursos.
Allá había fortalecido su disciplina y disposición. Todo eso la ayudó mucho para salir adelante. Ya venía preparada, pero eran ámbitos diferentes: de un espacio cerrado, acompañada de personas que veía a diario; luego, a un mundo amplio, diferente, donde tenía que expandirse.
En los cursos aprendió a elaborar una variedad de dulces que ahora ella misma combina y experimenta. Por eso son sabores únicos.
Lo dice ahora, en instalaciones del Instituto de Reinserción Social, donde ahora ella imparte el curso de chocolatería, dirigido a personas egresadas del Sistema de Justicia Penal de la Ciudad de México.
Las autoridades informan que el objetivo es promover el emprendimiento y facilitar el acceso para el autoempleo y la reintegración social. “Esta iniciativa refuerza el compromiso del Instituto, con la creación de estos espacios que faciliten la reintegración social y económica de las personas liberadas y preliberadas”.
Y aquí están algunas de ellas.
Todo está dispuesto.
Es un espacio sencillo. Por aquí han pasado hombres y mujeres que cumplieron una condena. De forma esporádica reciben cursos de sus mismos compañeros que también estuvieron en alguna cárcel. Imparten clases de teatro, de danza y moda, entre otros oficios.
Hoy les toca el curso de chocolatería. Los instrumentos son sencillos. Cada quien trae sus insumos. Maricela trajo una pequeña estufa eléctrica sobre la que derrite el chocolate macizo.
Y ahora sus conocimientos los comparte con sus compañeras que, comenta, “también estuvieron privadas de su libertad”.
—Y da curso aquí, en el Instituto.
—La mera verdad es un lugar donde me han apoyado mucho, sobre todo la doctora Cintia, que es la directora del Instituto; ella me ha apoyado muchísimo —comenta Maricela Rodríguez.
—Y tiene redes sociales.
—Sí, emprendí mi negocio y ya tengo mi página en Facebook, Las Delicias de Mary, y también cubro eventos. Y la verdad es que sí me va bien, gracias a Dios.
—Mencióneme uno de sus productos.
—Es una paleta que aplasto, la cubro de chocolate y la espolvoreo con Tajín. Entonces usted —se saborea—…podría decir cómo… que… no se me antoja, pero noooo se imagina qué éxito han tenido estas paletas.
Maricela es risueña; platica mientras enseña a sus compañeras que, como ella, pagaron una condena y ahora, en libertad, emprenderán un negocio.
—Y qué me dice de la manzana.
—Lo que yo he hecho con la manzana, y me ha funcionado muy bien, es que compré un cortador de esa fruta, que la hace como una flor; la parto, ya cubierta y en medio le pongo uvas cubiertas de tamarindo y pedacitos de mango. Y eso es un éxito.
—Hasta se hace agua la boca.
—Sí, pues sabe muy rico y por eso así me lo piden.
—Es que usted está para cumplir antojos.
—Exactamente.
Y con camaradería a flor de piel, sin ningún recelo, Rodríguez revela los secretos de sus recetas, de las que salen exquisitos postres, que son un verdadero éxito entre una clientela que ha sabido conquistar.