Con 9 años de embalsamador, oficio que practica después de hacerse cargo de los funerales de su abuela, Samuel García echa por tierra ciertos mitos en torno a la muerte. Para empezar, “yo no creo en la existencia de la vida después de la muerte”. Algunas noches, sin embargo, sintió una extraña pesadez en sus hombros mientras bajaba las escaleras de una funeraria donde impartía cursos sobre técnicas en necropsias.
La primera vez pensó que el malestar había sido provocado por el viaje; después, por las agotadoras jornadas, pues comenzaba sus labores en las mañanas y, luego un descanso, seguía hasta las primeras horas del día siguiente. Era algo que se repetiría, a eso de las diez de la noche, cuando ingresaba a la sala de embalsamamiento.
La anécdota se desprende de una pregunta hecha durante la entrevista en una embalsamadora de la avenida Central, municipio de Ecatepec. Y la respuesta será la misma: no cree en lo sobrenatural.
Y sin embargo…
El recuerdo retornará.
Hasta interior del local llega el ruido de vehículos sobre la que es, según Sam, la arteria más larga de Latinoamérica.
El esfuerzo que hace mientras hunde un instrumento cilíndrico para succionar el líquido del cadáver, le causa una sucesión de perlas que brotan de su rostro; es cuando su ayudante, después de un bisbiseo y una señal, desliza un pañuelo desechable en la piel humedecida del embalsamador.
—¿Cuántos cadáveres has embalsamado?
—Híjole, perdí la cuenta… como por los cuatrocientos y cacho. Hemos trabajado y visto hasta lo que no te puedes imaginar.
—¿Por ejemplo?
—Cuerpos desmembrados, calcinados; sin embargo, lo que lo que más pega, sobre todo para los que somos padres, es trabajar con cadáveres de niños; es lo más difícil, emocionalmente hablando.
—Cuál sería lo más impactante que has hecho.
—El caso de una persona que aventaron desde un puente y cayó de cabeza. Se desfiguró el rostro. Primero tuvimos que trabajar con la preservación y después hicimos la reconstrucción para que la familia lo pudiera ver bien. Esa es nuestra responsabilidad.
—¿Cuál es la principal causa de muerte?
—Infartos, complicaciones por diabetes, homicidios, accidentes viales; ahorita el covid-19, pero esos no pasan por nosotros.
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Entrevistado en la embalsamadora Osiris, con domicilio en la colonia Jardines de Aragón, municipio de Ecatepec, Samuel García contesta todo lo que se le pregunta, y lo hace sin rodeos. En esta segunda visita que se le hace vierte nuevos conceptos y se le nota más seguro en sus respuestas.
Se le cuestiona si ha sentido miedo al mirar el rostro de la muerte y responde que no. “Al contrario, es un trabajo que me apasiona bastante, me siento muy responsable de la imagen que se van a llevar los familiares”, añade frente al cadáver de un hombre que recién fue colocado sobre la plancha.
—¿Qué significa este oficio?
—Es una gran responsabilidad y lo hago con mucho cariño; hay compañeros que hasta les hablan a los cadáveres; les piden permiso antes de empezar el procedimiento.
—¿Es como un rito?
—Bueno, lo toman de otra manera: les hablan con el propósito de que, dicen ellos, el cuerpo se afloje y se les facilite el trabajo.
Sam, por su parte, prefiere hablar como técnico. Lo único que espera después su muerte, dice, es dejar un buen legado y un aprendizaje, y una vez más comenta que no le causa ningún temor dejar este mundo.
—¿Y tu forma de morir?
—Es algo que no podemos elegir; no sabemos ni cómo ni cuándo, y todos en algún momento vamos a terminar ahí.
—¿Qué opinas del Día de Muertos?
—Es una gran tradición mexicana; un buen día para recordar de cómo eran los que ya no están con nosotros. Es un homenaje a la vida.
En la conservación del cadáver siempre estará presente la ética y la estética, comenta, y a veces hay peticiones especiales por parte de los familiares del fallecido o fallecida.
“Es común ver a la abuelita con bigotito, por ejemplo, y los familiares te dicen que de ninguna manera se los quites”.
—¿Y qué significa la muerte para este técnico en necropsia, especializado en la preservación de cadáveres?
—Es el fin de la vida; para mí, simplemente, ahí se acaba todo.
—¿Y la percepción para quien convive con la muerte?
—El convivir con la muerte cambia tu perspectiva. Uno aprende a vivir de manera diferente; aprovechas cada momento con tus seres queridos; aprendes a valorar la vida y lo que tienes.
Y sin embargo hay personas que prefieren no saber nada de la muerte, se le comenta al experimentado embalsamador, quien imparte clases sobre la materia en universidades privadas.
“Hay empresas que ofrecen planes de previsión funeraria, pero mucha gente no quiere saber nada del tema”, revela. “Porque pensamos que la muerte nunca nos va a llegar. Sin embargo, en esta vida, la muerte es lo único que tenemos seguro. Todos vamos a morir”.
Y mientras efectúa su labor, Samuel García habla de los mitos –“hay un montón”- y fantasías que giran en torno a la muerte.
“La gente piensa que los cadáveres se mueven”, ejemplifica, “pero la explicación científica es que la energía eléctrica guardada en el sistema nervioso del cuerpo se va liberando con el paso de las horas y eso produce movimientos involuntarios”.
Otra leyenda urbana es que el cabello y las uñas crecen; la realidad es que cuando morimos, explica, nuestro cuerpo empieza a deshidratarse, de modo que, al perder humedad, el tejido y la piel se retraen.
—¿Y ahorita que están haciendo?
—La inyección de un químico que se va a encargar de desinfectar y preservar el cadáver. Se aborda a través de una arteria carótida… – explica y luego pide a su compañera: “Nomás hay que deshacerle el nudito”.
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Samuel García retoma el hilo sobre la anécdota de cuando dio un curso intensivo en una de las embalsamadoras de Chihuahua, donde sentía una pesadez sobre la espalda cuando bajaba las escaleras y permanecía en la bodega donde había féretros.
“Era una sensación que perduraba mientras yo estaba en ese espacio, y en cuanto me salía, desaparecía”.
—¿Nunca habías sentido ese efecto?
—Esa fue la primera y única ocasión.
—¿Por qué crees?
—Pudiera ser resultado del cansancio, porque ese curso fue un diplomado intensivo; comenzábamos las clases teóricas a las 8, 9 de la mañana, había un descanso, regresábamos, terminábamos a las 8 de la noche y de ahí nos seguíamos durante parte la madrugada, en las guardias.
—¿Fuiste el único que lo sentías?
—Sí, porque estuve platicando con estudiantes y docentes que iban con nosotros y nadie comentó nada al respeto. En mi caso era una sensación que hacía que me encorvara de la espalda.
—Pero tú no eres supersticioso.
—No, por supuesto que no, yo soy una persona de ciencia lo más racional posible
La embalsamadora donde trabaja está en Ecatepec, uno de los municipios más poblados del país, donde Sam ejerce su oficio con pasión y sin miedo al final de esa ruta de la que nadie tiene escapatoria.