
Hoy muchos piensan que la política es una actividad lejana y ajena a los ciudadanos, con reglas propias, intereses poderosos en juego y luchas de ambiciones que la separan de la experiencia cotidiana de la gente común. En cambio, los griegos percibían política en todas partes, dando forma y significado a cada gesto de su vida diaria. El ser humano tenía para ellos una decisiva dimensión política, como explica una antigua leyenda.
Se cuenta que los dioses crearon a los seres vivos con tierra y fuego y luego encargaron a los hermanos Prometeo y Epimeteo distribuir entre ellos las distintas capacidades. El atolondrado Epimeteo quiso ocuparse a solas del reparto. Empezó por los animales, intentando que todos tuvieran recursos de supervivencia: a unos dio garras y dientes afilados; a los más débiles, velocidad para huir o un hábil camuflaje. Pero sin darse cuenta gastó las capacidades en los animales y olvidó a la especie humana. Cuando Prometeo vio al hombre desnudo, descalzo y sin defensa, subió al cielo a robar el fuego del rayo para regalárselo a los humanos, que al calor de las llamas dieron los primeros pasos en la civilización. Pero vivían aislados, atacados por las fieras y presa del miedo. Apiadándose, el dios Zeus les regaló la justicia y el sentido político, para permitirles formar comunidad. Apoyados en la técnica y fortalecidos por la colaboración, los humanos prosperaron y cambiaron el mundo. El sentido de esta fábula es claro: la política no son las artimañas de unos pocos para conseguir poder, es el arte de poder vivir todos juntos.