Cuántas veces reconocemos la necesidad de tomar medidas duras, pero antes nos concedemos un tiempo para remolonear aplazando el momento de actuar.

La fascinación por el diálogo se remonta hasta los antiguos griegos y hoy parece extinguirse.

Olvidar nombres es un suplicio moderno, pero en la antigua Roma, los 'nomenclators' ayudaban a evitar esos apuros sociales.

Los niños enfadados cierran los ojos con fuerza, esperando que al abrirlos los irritantes adultos nos hayamos esfumado.

En nuestros tiempos mediáticos no caería mal dejar los juicios rotundos y abrazar la duda.

Hoy vivimos presididos por números y ya nadie se extraña de que cifremos en ellos nociones tan complejas como la economía de un país, la inteligencia de alguien o su identidad.

Los grupos humanos tienen en común aquello que los enfrenta: la tendencia a creerse mejores.

Es en el pequeño medio en el que nos desenvolvemos donde nuestras decisiones modelan la realidad. Allí se define nuestro trato con los demás y se crean o se calman las tensiones ocasionadas por la convivencia.

Los espacios públicos empujan cada vez más al individualismo y menos al encuentro y la compañía.