En un mundo dividido entre ganadores y perdedores, nos recuerdan con insistencia las calamidades de la derrota: el barco averiado que hasta las ratas abandonan y el árbol caído del que todos hacen leña. Conocemos de sobra los estragos del fracaso, pero no somos tan conscientes de los riesgos de ganar. Para el sabio chino Lao-Tse, las dos situaciones se parecen más de lo que creemos: “El éxito es tan peligroso como el fracaso. Al subir o bajar un peldaño, la posición es inestable. Solo con los dos pies sobre el suelo mantendrás el equilibrio”. Tras una victoria es más fácil que nunca tropezar por creerse infalible.
Cuenta el historiador Tito Livio que el general Aníbal puso de rodillas a las legiones romanas durante la Segunda Guerra Púnica. Atravesó con su ejército los Pirineos y los Alpes en invierno, logró tres triunfos seguidos contra un enemigo que gozaba de superioridad numérica y llegó a las puertas de Roma. En ese momento decisivo, incomprensiblemente decidió dar descanso a sus tropas en lugar de actuar. Al saber que el líder se obstinaba en dejar transcurrir el tiempo, su fiel lugarteniente Mahárbal pronunció una frase que se convirtió en leyenda: “Sabes vencer, Aníbal, pero no sabes aprovechar la victoria”. Al final, perdida la ventaja y la guerra, incluso sus seguidores abandonaron al vencedor que echaba a perder sus triunfos.