Amores de Zapata

  • Ruta norte
  • Jaime Muñoz Vargas

Laguna /

Solemos imaginar a los héroes político-militares siempre en calidad de héroes, en permanente trance justiciero, es decir, entregados a sus buenas o malas causas las 24 horas del día. 

Quizá esto se debe a que la categoría de las personas que han llegado al bronce de la plaza pública no admite, ante la mirada del pueblo llano, las ordinarieces de la vida cotidiana, como comer, dormir, hacer del dos o regodearse salivosamente en las alcobas. 

Muchas biografías dan cuenta de miles de detalles vinculados con las andanzas públicas de los próceres, pero no tantas son las que exploran los pliegues menos evidentes de sus vidas.

El libro Las compañeras de Zapata (Crítica, México, 178 pp.), de Felipe Ávila Espinosa, es un notable ejemplo de investigación abocada a explorar lo que en general ha sido tema secundario. 

En este caso, la vida amorosa —amorosa en el sentido espiritual y físico del adjetivo— de Emiliano Zapata Salazar, uno de los iconos indiscutidos de la Revolución Mexicana. 

Sin olvidar el marco de fondo, es decir, el quehacer político del líder morelense y las circunstancias sociales que lo rodeaban, el investigador focaliza su mirada en la promesa del título: los amoríos del caudillo consumados en matrimonio o en arrejunte.

No era Zapata, por lo que se lee, un tipo ajeno a los placeres de la carne. 

Dueño de un carisma poderoso, de ánimo cordial y porte físico espectacular, no faltaron en su vida los encuentros carnales. Debemos, claro, ubicarnos en su contexto: los hombres de aquel tiempo no se ponían muchas trabas para foguearse (esta palabra tiene un significado ígneo) con las mujeres que quedaban a su alcance, más cuando el tipo disponible tenía atributos de pudiente en todos los sentidos. 

Zapata era joven, buen mozo, se vestía bien, lideraba una causa, montaba a caballo con maestría, y todo esto hacía imposible que fuera soslayado por muchas de las mujeres con las que trabó contacto.

Además de los apartados introductorios, Las compañeras de Zapata contiene seis capítulos y un epílogo. 

Los tres primeros trancos se refieren, en orden cronológico, a las tres mujeres de quienes ha quedado buen registro documental como compañeras del revolucionario nacido en Anenecuilco hacia 1879. 

Ellas son Inés Alfaro Aguilar, “su primera compañera”; Josefa Espejo, “su esposa”; y Gregoria Zúñiga, “a la que más quiso”. Luego vienen tres capítulos titulados “Goyita y la muerte de Zapata”, “Petra Portillo” y “Otras compañeras de Emiliano”, además del epílogo.

Al inicio, el autor explica sobre Zapata que “Su imagen se ha vuelto un ícono de la cultura popular. Su figura está por doquier, en pinturas de artistas célebres, en monumentos y estatuas, en centenares de fotografías y decenas de videos. 

Su nombre lo llevan colonias, calles, escuelas, ejidos, estaciones de transporte público, organizaciones campesinas y populares.

Sin embargo, sabemos poco sobre la vida privada de Zapata: ¿cómo era con sus compañeras y con las mujeres con las que tuvo hijos, con su familia, con sus amigos y compañeros guerrilleros? 

Este libro es un primer acercamiento a ese Zapata terrenal, más íntimo, más privado, a través de los testimonios de quienes compartieron parte de su vida con él”.

Para construir su acercamiento, Ávila Espinosa recurre a las entrevistas directas con algunas de las mujeres que sobrevivieron al líder tras su asesinato en la emboscada tendida contra él en la hacienda de Chinameca, esto el 10 de abril de 1919. 

Los diálogos son parte de archivos públicos, no del propio autor con las protagonistas.

En los sobresaltos de la lucha revolucionaria que a la postre lo convertiría en leyenda, Zapata se dio tiempo para amar con cuerpo y alma. Ingresar a este sector de su biografía es humanizarlo, es regresarlo a su complejidad, es fundir su bronce para convertirlo en ser de carne y hueso, tan acertado y falible como cualquier otro ser humano.

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