Más sobre “Medio siglo de literatura lagunera”

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  • Jaime Muñoz Vargas

Laguna /

Fragmento referido a la década de los ochenta de la conferencia titulada “Medio siglo de literatura lagunera. Hitos y pendientes”, que en julio ofrecí Durango (Feria Duranguense del Libro) y en octubre en Torreón (La Tinta Cafebrería). En este espacio ya había publicado la primera parte. Esta es la segunda.

Los ochenta fueron un periodo de aceleración de la literatura lagunera. Hay en estos diez años al menos cinco o seis hitos que bien vale traer acá. 

Uno de los primeros se dio cuando el ayuntamiento de Torreón comenzó el auspicio de algunas publicaciones en formato de libro. 

No fueron numerosos, pero al menos determinaron que el presupuesto público destinado a la cultura también podía ser canalizado hacia la publicación. 

Entre otros, recuerdo la reedición de una novela de Magdalena Mondragón y un breve poemario de Saúl Rosales.

Y a propósito de Saúl, su regreso de 1981 a La Laguna, su tierra, es un hecho bisagra para la literatura lagunera. 

Había vivido veinte años en la capital del país y tras su vuelta comenzó a proponer un corpus de lecturas que determinaría un salto sustancial y definitivo a lo moderno entre los jóvenes aspirantes a escritores.

Saúl Rosales se reinstaló en La Laguna y comenzó a laborar en el diario La Opinión como corrector de estilo; pronto, también, arrancó su trabajo como profesor en la carrera de Comunicación del Iscytac, universidad privada. 

Entre 1982 y 1983, junto con Agustín Velarde y Enrique Rioja del Olmo encabezó el proyecto de la Opinión Cultural, suplemento dominical de La Opinión. 

Ya hacia 1984 asumió solo el trabajo de editor. Se trataba de un tabloide de ocho páginas encartado cada semana entre las páginas del periódico. 

Este fue un medio de vanguardia en la región, ya que sus contenidos se alejaban de los modelos más o menos asentados entre los lectores. De golpe, aparecieron textos de y sobre escritores que en aquel momento marcaban el tono de la actualidad, de las vanguardias, del Boom. 

Muchos lectores, entre los que me incluyo, conocieron en aquellas páginas a Mayakovski, Brecht, Faulkner, Cortázar, Vallejo, Borges, por citar sólo algunos nombres que en general jamás habían circulado en la prensa lagunera. Junto con esto, el editor compartía obras de y sobre nuestros clásicos, como Cervantes y Sor Juana. 

Asimismo, y esto fue el rasgo más relevante del tabloide, las páginas se abrieron a la escritura de muchos colaboradores, la mayoría jóvenes que en aquel espacio encontraron (encontramos) un vehículo para volcar nuestro apetito por publicar lo que escribíamos y en general se apartaba o quería apartarse de la estética todavía predominante en nuestro entorno, la del color local y el verso rimado. 

En las páginas de aquel suplemento aparecieron los primeros poemas y ensayos de Gilberto Prado, sólo para señalar el caso más saliente de emergencia literaria.

A la par de la Opinión Cultural, Saúl Rosales orientó el trabajo del grupo literario Botella al Mar, al que pertenecí desde su primera reunión. Modestia al margen, fue la asociación de su tipo más destacada de La Laguna en los ochenta, sobre todo en su segundo lustro. 

Excluyo mis aportes, si es que alguno tuve en aquel momento, pero basta decir que nos convertimos en colaboradores asiduos del suplemento editado en La Opinión y comenzamos a ganar premios literarios. 

En todo, Gilberto Prado fue siempre el más adelantado: publicó el primer libro del grupo (Exhumación de la imagen, un poemario autofinanciado) y antes de que cerrara la década ganó dos certámenes nacionales de ensayo.

Los ochenta vieron igualmente otros avances. 

Creció la infraestructura cultural de La Laguna con el rescate y la restauración del Teatro Martínez y poco después la del Teatro Nazas, instituciones que pronto se convirtieron en escenarios de numerosas actividades artísticas. 

Circularon tres revistas de corte cultural: Suma, de particulares, La Paloma Azul, de la Casa de la Cultura de Torreón, y El Juglar, del Departamento de Difusión Cultural de la UAdeC, y fueron convocados dos concursos locales de literatura: el Magdalena Mondragón de cuento y ensayo propuesto por la UAdeC, y los Juegos Florales del Iscytac para los géneros de cuento, poesía y ensayo; ambos certámenes despertaron fuerte interés en la comunidad lagunera.

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