A lo largo de treinta años y pico he frecuentado cada tanto algún libro de Alfonso Reyes (Monterrey, 1889-Ciudad de México, 1959).
Esta costumbre autoimpuesta se debe en primer lugar al placer que siempre me produce su obra y, en segundo lugar, a que de no leerla me torturaría la culpa de haber acumulado de balde medio centenar de títulos de su autoría y otros tantos de crítica a su vida y su trabajo.
Es mucho espacio por cubrir, así que necesitaría la territorialidad amplia del león para poder abarcarlo a planitud.
No me da ya la biología para lograrlo, pero sí para incursionar de vez en cuando, uno o dos momentos por año, a alguno de sus volúmenes, como sucedió ahora con el recorrido por Tentativas y orientaciones (Nuevo Mundo, México, 1944, 230 pp.), libro que también es asequible en ediciones recientes como la individual del FCE o la resguardada en el tomo XI de sus obras completas, donde comparte espacio con dos más: Ultima Tule y No hay tal lugar…
Tentativas… contiene diez ensayos que a simple vista pueden parecer misceláneos, pero tienen un común denominador: todos, además de un tenue didáctico, muestran un fleco político, social y cultural global, es decir, que en ellos el regiomontano observa asuntos relacionados con las circunstancias del mundo entre los años 1932 y 1944, cuando el planeta se veía amenazado por el fascismo, el nacional-socialismo y la Segunda Guerra.
Como en casi todos los libros de Reyes, el menú es variado y la erudición estalla frente a los ojos y se derrama como avalancha en cada página.
Ahora bien, su apabullante magma de saberes no parece nunca afectado ni amenazante, sino natural y sobre todo ameno.
Esto lo logra por su fluidez discursiva, por la perfección de la forma y por algo casi indefinible de tan sutil: una suerte de pasión por la gracia del estilo, por la frecuentación de giros expresivos que se aproximan mucho a la conversación.
Reyes aquí también, entonces, no parece escribir, sino charlar con su invisible lector.
El rasgo más saliente del estilo alfonsino está pues en el gesto que podemos suponer mientras escribe-habla: aun en los temas más serios o graves, su tono es cordial, el de un amigo que nos describe realidades sin pedantería, sólo por el gusto de compartir lo que sabe como entre sorbos de café.
Carlos Fuentes percibió esto y lo resumió con una frase: “A mí me enseñó que la cultura tenía una sonrisa”.
Y sí: la coyuntura mundial, por espantosa, estaba para volcarse en el ejercicio casi legítimo del amarillismo, para tomar partido con agitación de fanático, pero Reyes no añade gasolina a la polémica, sino que trata de explicar serenamente las dolencias del mundo, los horrores de la barbarie, pero siempre contrastadas con la posibilidad de revertirlas mediante las armas de la cultura y el humanismo, los mejores frutos de la civilización, y nunca con más y peores agresiones.