Lo que no consiguió una mujer despechada en Play misty for me, ni una pandilla de forajidos jijos de la jijurrria en Los imperdonables, ni una caterva de maleantes en Harry el sucio, lo consiguió Pedrito Ferriz de Con, ese notable comunicador que casi ni es neuras ni se le va el patín gacho, no con plomo, más que el de su sangre y una batería de fake news que es su verdadero parque.
No puede ser que uno esté muy tranquilo tratando de descifrar la decisión de los morenistas de romper un acuerdo político por la presidencia de la Cámara de diputeibols (digo, si bien los panistas conforman una ínfima representatividad social y política, merecían mejor trato) cuando de pronto quieran bajarlos del presidio por elementos gachos. Y lo peor es que les dan la oportunidad de jugar a la neymariña y que se anden azotando por la vida exigiendo justicia y libertad como si de veras, cuando de pronto nos salen con la trastada falsa de que el maestro Clint Eastwood estaba muerto.
O sea, yo estaba concentrado en los 50 años del Metro y un dudoso lector de noticias se atreve a matarlo así nomás impunemente, no se vale. Pero a pesar del susto puedo decir que la primera vez que me subí al Sistema de Transporte Colectivo color tururú tururú, fue en la estación Merced, y nunca se me olvidará que un sombrerudo neciamente se quería pasar al otro andén en medio de las vías. También cabe agradecer al Metro no solo por las horas de sueño reparador que me ha proporcionado, sino también por haberme dado el tiempo necesario para leer un montón libros. Evoco a la vez a todos los amigos con los que habité vagones por miríadas, sobre todo, aquellos que amarraban mi mochila a los barandales sin darme cuenta para que no pudiera salir y quedarme ahí casi que para siempre. Y, sobre todo, tengo un recuerdo para el Cavernícola de honor, ser torvo y alucinante que recorría los trenes mientras mugía y mostraba impunemente su rostro derretido. Me hubiera gustado que Clint Eastwood en su calidad del Jinete Pálido, lo aplacara con su mirada rugiente y peliaguda. Una vez una señora me regañó por ir en el Metro, que ese no era mi lugar, fíjate fíjate.
Ahí conocí amores, me estrujaron el corazón, me atracaron como a Zhenli Ye Gon (ya ven que dice que había más lana en aquella mansión, que dónde quedó la bolita, que qué tendrán que decir Calderón y Lozano), y también me manosearon salvajemente, por un solo boleto y el mismo día.
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