Sin la querida presencia de la comandanta Ifigenia Martínez, sería imposible entender las transformaciones políticas del México contemporáneo. Rompió todos los moldes, deconstruyó todo lo establecido, desmontó revoluciones institucionalizadas y reinventó los paradigmas. Apoyó a los estudiantes en el 68, acompañó luchas sociales, participó de las rupturas esenciales y estuvo presente en las movilizaciones que fueron taladrando a la Dictadura Perfecta. Nunca dio un paso atrás, no traicionó sus causas que eran las de los mexicanos y siempre en contra del catecismo neoliberal. Ya en la academia, en los salones de clases, en la toma de las calles y avenidas, en el Congreso y en los procesos electorales.
Sabia, lúcida, luminosa, aguerrida, maravillosa.
Una vida congruente como pocas y ejemplar como ninguna.
Ifigenia Martínez no pudo vivir un cierre de ciclo más ejemplar e histórico que el haberle colocado la banda presidencial a Claudia Sheinbaum, la primera Presidenta y de izquierda.
Así lo quiso, era su compromiso final.
Y ahí fue donde la derechairiza en tachas comenzó a medrar políticamente con la muerte de Ifigenia, alegando con la miseria humana que la caracteriza que al obligarla a acudir a la ceremonia de la toma de posesión, AMLO, Morena, Claudia y la cuatroté, habían orillado a su deceso. Uno ya no espera nada de la oposición desmadejada y pinche como es, y aún así es capaz de decepcionarte en toda su impericia emocional y en toda su rabia neurotiquita miserable.
Ahí tienen a Chuchito Ortega, encargado junto con Zambranito y Acosta Guadajo, de demoler y saquear al PRD, regurgitando resentimientos. Si supiera lo que la maestra Ifigenia pensaba de él, no hubiera dicho ni pío. Igual que el resto de dudosos personajes de la oposición y xochibots que los acompañan, en su eterno papel de buitres.
Hasta pensé que en otro de sus arrebatos piñachetistas, la ministra Norma iba a sacarse oooootrooooo amparo de la manga para arrebatarle la medalla Belisario Domínguez a la admirable Ifigenia, protagonista de la revolución de las conciencias.
Y de paso también derogarle el prestigiado Prix Versailles que, en su calidad de uno de los 6 más bellos aeropuertos del mundo, se le otorgó al AIFA. ¿Y dónde están y dónde están los prianchuchistas que le decían central avionera?
Cualquiera que conociera a la gran Ifigenia Martínez, sabía que por nada del mundo se hubiera perdido ese momento histórico. Y así lo ha confirmado su familia.
¡Grandísima Ifigenia!