Según los más recientes estudios del Instituto Federal de Telecomunicaciones que evalúan a la niñez mexicana, es gracias a la reforma educativa que tan bien estructuró el Nuño Artillero que el programa de televisión al que más acuden nuestros niños y niñas es, ni más ni menos, que La rosa de Guadalupe.
Este es un factor importante, pero también hay otros elementos para entender este fenómeno que parece de circo. ¿Por qué los niños ven La rosa de Guadalupe? Quizá porque a la chamaquiza le divierte el espíritu de ese gran programa, factótum de la cursilería. Más ahora porque al parecer se le han dedicado varios capítulos a la trukulentahistoria del populismo salvaje. Una verdadero espectáculo de la histeria colectiva y el vodevil kitsch. Bueno, las criaturas se deben de reír más que con Bob Esponja y lo deben preferir a ser atormentados por ese spot de Mexicanos Primero, donde unos niños salen imitando a los candidatos presidenciales como si fueran Juanito Farías, Lucerito y Lorenzo Antonio en Juguemos a cantar.
Y es que el populismo tiene formas y matices: ni son todos los que están en el Sensacional de populistas ni son todos los que están en el imaginario colectivo.
El problema es que hay populistas de clóset como el dotor Mit que heredó desde su supuesta independencia al priismo más folclórico y casposo hasta el regocijo mayúsculo cuando se dejó exorcizar por las tribus de Antorcha Campesina, donde lo único que faltó fue que lo treparan sobre el Guerrero Chimali de Chimalhuacán para que fuera como el Voltron de las reformas estruchtureichons.
El populismo no es la vida, es tan solo vanidad.
Por otro lado, el caso de Ricky Ricón es el más admirable. Supuestamente ajeno a ese tipo de espíritu pupulista, Anaya es el más populista de todos los competidores electorales, sobre todo porque es capaz de cualquier cosa con tal de lograr su sacrosanto objetivo: aguantarse el asco de reunirse con los chuchos perredistas, envolverse en la bandera del Sol Azteca y soportar a Dante Delgado. Incluso ha llegado al extremo de declarar que si no fuera candidato, votaría por Margarita Zavala.
El momento más alto del populismo de clóset lo protagoniza Little Richard al aparecer en un acto de campaña junto con Yunes Jr trepado sobre los hombros de un pobre compatriota que creyó que el candidato no pesaba nada, sin contar con las densidades plomíferas de su sangre. Eso sin olvidar que, con tal de ganarle al Peje, estaría dispuesto a negociar con Peña Nieto, aunque no aclaró si antes de meterlo a la cárcel como prometió.
Como quiera que sea, también cabe pensar que los niños ven La rosa de Guadalupe porque prefieren quedarse en casa y no formar parte de la cifra de casi seis mil chamacos asesinados o desaparecidos en los gobiernos de Calderón y el licenciado Peña.
¿Qué, nadie piensa en los niños?
jairo.calixto@milenio.com