En 1972, en Casa Iñigo, la entonces llamada Región Pastoral del Norte, conformada por el Arzobispado de Chihuahua, los obispados de Torreón, Ciudad Juárez, las Prelaturas de El Salto, Tarahumara, la Prelatura Apostólica de Nuevo Casas Grandes, realizó una reflexión pastoral, con clérigos y laicos, con más de 300 participantes, contando con la iluminación Pastoral de los sacerdotes Francisco Merlos Arroyo y el jesuita Paniagua.
El propósito era sentar las bases pastorales, para un futuro Plan Diocesano de Pastoral en cada demarcación eclesial encabezadas por un obispo.
Cada una de las mencionadas instancias pastorales contó con décadas para ir pensando su respectivo Plan Diocesano de Pastoral.
El acuerdo era que tuviera carácter comunitario y que se partiera desde la base eclesial.
El entonces obispo de Torreón, Dn. Fernando Romo Gutiérrez, nombró una comisión para ir preparando el plan, compuesta inicialmente por los Pbros. Francisco Castillo, Tobías de la Torre, Víctor Manuel Frías, Mario Figueroa.
Posteriormente se añadieron los Pbros. Armando García, David Hernández. Alguno se puede olvidar.
La mencionada comisión de pastoral, por lustros, fue realizando reflexiones pastorales constantes. Trajo peritos hasta de España.
El P. Camilo Daniel, del Arzobispado de Chihuahua, auxilió varias veces.
La Diócesis de Torreón, en la década de los años 70 y la mitad de los años 80, unió a los grupos enfrentados en una común reflexión y el recuerdo de esos años, es que la polémica era viva, pero la fraternidad en la reflexión, fue provechosa.
Para el año 1984, fue nombrado Obispo Coadjutor Dn. Luis Morales Reyes, quién pronto aceleró los pasos para elaborar un Plan Diocesano de Pastoral, según las directrices de la Conferencia Episcopal Latinoamericana, según lo señala Puebla en el núm. 1307 y concomitantes.
Lo que históricamente ha costado en la Diócesis de Torreón, reflexiones de lustros y décadas, se ve necesario respetar, sin olvidar que estamos en una época de transición y de cambio social y cultural, que toma en cuenta el pasado histórico, para reconocer en el presente el por qué somos lo que somos y proyectar un futuro, sin titubeos, basados en argumentos sólidos que toman en cuenta qué hemos sido en el pasado, cómo somos en el presente y cómo podemos planificar un futuro, con las relativas seguridades que dan los caminos nuevos que puede dictar una pastoral de sabiduría, elaborada por todos, desde la base, sin que la dirigencia sea ignorada.