Para los hermanos jesuitas de la Puente de 94 años, y Ponce de León de 85 años, dedicados a dar ejercicios en Casa Iñigo, con enfoque de juventud, que saben ser adultos mayores, pero no viejos. Compañeros de caminos laguneros.
Cuentan algunos historiadores que San Ambrosio, Arzobispo de Milán allá por los años quinientos de la era cristiana, decía que la economía de una diócesis debería sustentarse desde la Eucaristía, celebrada en sintonía con el vivir de las circunstancias del pueblo, con una liturgia bien cuidada, cantada por el pueblo, con abundancia de Salmos.
Ambrosio había sido alto funcionario del imperio romano, y llegó a ser Arzobispo del Milán, por aclamación del pueblo, ya que tenía muchas cualidades humanas y era buen administrador.
Ambrosio, Padre de la Iglesia, contemporáneo de otro Padre de la Iglesia llamado Agustín de Hipona, sostenía que la Eucaristía era el centro de la vida del pueblo creyente y que sus ofrendas en la misa deberían sostener las obras de caridad de la Iglesia.
Se sabe que distribuía diez mil alimentos al día, pero también que nadie estaba alimentando de “colgado”.
Estos hechos expuestos dan para una reflexión muy seria que lleven a una atención muy eficaz a todas las necesidades de una parroquia, de una diócesis. Pero hay que comenzar con llenar los actuales templos vacíos, que están así, porque no supimos manejarnos con habilidad en la pandemia, y el culto fue debilitándose.
En un refrán popular se dice que en los detalles está el diablo y este despreciable porro recomienda una vía más fácil y eficaz: pedirle donativos a los ricos –que no es malo lo que den-, y que las parroquias o la diócesis, cubran sus necesidades por la vía fácil, que no está mal que den recursos los que los tienen, pero lo que sí está mal es que esté desatendido el pueblo de enseñanza; de liturgia muy pobre, de canto en los templos que se paga como si fuera una fiesta de salón, y que se oiga bonito en templo, pero sin canto que comprometa al pueblo en una proyección comunitaria que vaya a los necesitados sin instrumentalizarlos.
Las homilías, deben iluminar la vida del pueblo para ello, hay que conocer qué le duele al pueblo, de qué tiene ansia, que es lo que le trae en zozobra, cual es el camino, dentro de tantas propuestas.
Una homilía sin sentido, es una fortuna cuando se termina.