Duerme el tigre

Ciudad de México /


Que no sé de poesía no obsta ni obstruye su goce y detectar por intuición o erisipela los versos que elevan el espíritu o la bazofia que mancilla cualquier sensibilidad. Por lo mismo, ahora Eduardo Lizalde que se va de este mundo vuelve a confirmarse el abismo que existe entre la Poesía con mayúscula-los Poetas de veras y la panda de impostores o rimas de reguetón que manchan el paisaje. Lizalde era poeta desde la voz con la que podía podar con su aliento todas las hojas de un eucalipto y una finísima persona que siempre destiló la caballerosidad elegante, la mesura al paso y la erudición sin pedanterías.

Debo a Eduardo Lizalde el encargo de la primera traducción que tuve que lidiar inexplicablemente del italiano al español y luego, otra del francés que fueron aplaudidas en su publicación y le debo no pocas lecturas recomendadas y paisajes contagiados. También le debo —como muchos miembros de un amplio auditorio— una valiosa cultura de Ópera en voz alta, donde los libretos y las arias de las grandes obras del llamado bel canto quedaban explicadas y contextualizadas por esa voz elegante y grave que apunta directamente a la metáfora:

Duerme el tigre y en la oscuridad relampaguean sus pupilas amarillas mientras sueña versos que no precisan rima; el misterio de la métrica se mide en sutiles pasos sincronizados que cruzan el papel sin tinta, cada huella una palabra que va hilando en sílabas el sabor de eternidad. Duerme el tigre que dijo Borges que se manifiesta silente cada vez que una niña acaricia el lomo de un gatito y así el tigre que se vuelve accesible en la escalera de los versos y en la cadenza de la música callada de las palabras. Duerme por hoy el tigre en medio de la selva demediada de dementes y distraídos, de energúmenos poderosos y el lento imperio de la estulticia y duerme el tigre en un remanso de tinta como de media Luna y murmullo, de la piel rayada como camuflaje ante el follaje y se eleva a lo lejos una voz poderosa que remata en el centro del escenario la celebración de un triunfo: la del Poeta que se aleja hacia el silencio habiendo dibujado ya para siempre el eco y estruendo de su voz.

Jorge F. Hernández

  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
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