Si Usted no tiene corazón o lo tiene supeditado al gélido raciocinio tan de moda y tan verificador, pues no vea entonces la breve joya titulada Nada, escrita por Emanuel Díez, Mariano Cohn y Gastón Duprat… y protagonizada por Luis Brandoni y un tal Robert De Niro. Need I say more?, bueno sí: absténganse quien no tolere el acento argentino, pero únanse quienes confirmen que Buenos Aires es una de las capitales universales indispensables por su gente, su gastronomía y la bocha en gajos, por su arquitectura tan parisina en pampa o madrileña en andanadas y claro, porque allí está El Aleph.
Nada dura casi nada: son cinco capítulos que bien podrían haber sido hilados como película y estaríamos hablando de los Oscar: por la concisa perfección de un guion que honra a la vera amistad, a la soledad de quien escucha ya la campana de la Muerte cuando llegan las canas, de la intolerancia inteligentísima no de un pedante ni esnob sino de un diletante exquisito que nada tiene que ver con la imbecilidad cotidiana; hablaríamos de un inmenso premio para un actor secundario, neoyorquino e italiano que va por el nombre de De Niro con el donaire y sencillez de la grandeza, de los parlamentos que se hablan casi en murmullo y sí hablaríamos de Cannes y de Hollywood y de toda la pinche historia del cine que ha pretendido condensar el estruendo callado de la ternura, la simbología emocional de quien cocina un plato y lo sirve como bálsamo del alma, la enramada de los amigos y el postureo, las entrevistas inútiles y la suprema potestad de saberse divorciar de los amigos pedorros, soberbios o engreídos.
Efectivamente, dicen los chinos que hay comida para saciar el hambre inmediata, luego comidas que se piensan por antojo y al final, esa comida indescriptible que alimenta al corazón y al alma. Eso es Nada.