¡Salve el instante y el pétalo solitario! ¡Salve la mirada efímera y un leve roce de labios! ¡Vivan las parejas —entre Él y Ella, Ella con Ella y Él con Él— que se sintieron flechados por Cupido con toda la tierna cursilería de los bombones y una melodía ya apropiada por el incierto entrelazado de sus manos, los que se quedarán mirando pupilas clonadas mientras dure el suspiro y las palabritas en diminutivo, los secretos códigos que se callan en cuanto los murmullos dan paso a la respiración intensa!
Aplaudo en silencio a los jóvenes que se han besado hoy mismo por primera vez en sus vidas y la sudorosa confusión de quienes extendieron saliva y sudor hasta cuajar un milagro indescriptible e inesperado. Aplaudo las caricias que descubren la piel que deja de ser ajena para volverse arena entrañable de una playa personal y la inquieta desesperación que antecede a cualquier rutina en cuanto Dos deciden volverse Uno, quizá para multiplicarse. Hablo de la caminata inédita donde las almas parecen habitar un palacio real construido por ardiente ilusión o el irreal instante en que el mundo entero se vuelve testigo de un vuelo de velos, un ligero cortinaje de encajes que va desde la cintura hasta los tobillos.
Es obligación de silencio no mencionar la amenaza del tedio o el cansancio rutinario, la pesadilla de las intolerancias y las verdades que se esfuman como mentiras. Es obligación callar los enredos contables, los reclamos necios y los mensajes encriptados. Es mejor concentrarlos en su propio espejo, donde las cabelleras de ambos peinan sus sueños, la bañera donde limpian las batallas que posponen las guerras y animarlos a que se entreguen un día y otro más a la paciencia callada, al bello arte de escuchar y mirar de lejos; mírense en silencio y regalen una sonrisa consciente de que Cupido no sólo es hijo de Venus, sino también de Marte.
Hay quien duda de la eternidad del Amor y apuesta por la durabilidad del Deseo en tanto sea intensamente fugaz. Hay quien reniega del recuerdo que se queda intacto y hay quien se vuelve espina de esa rosa quizá sin querer… pero hay quienes contradicen a los agoreros de las derrotas sin subrayar que el Amor de veras no tiene tiempo ni edad, se tatúa en las pieles y se duele porque no siempre se sincroniza la despedida entre Dos y la flor permanece, aunque no deja de ser un pétalo pasajero.