En 1987 durante el curso magistral “Entre el ensueño y la realidad: siglo XVI”, El Dr. José Cepeda Adán —catedrático Emérito de la Universidad Complutense de Madrid— evaluaba en el aula-auditorio mi devastador ensayo sobre el conquistador Pedro de Alvarado y la masacre del Templo Mayor durante la Conquista de Nueva España. En mis párrafos argumenté la posibilidad de que Alvarado estaba no sólo ebrio sino demente al asustarse por una concentración masiva de danzantes en el ahora Zócalo de México-Tenochtitlan y lo acusé de ser sanguinario, autoritario, abusivo y aprovechado de la ausencia del capitán Cortés en el momento de la matanza y de pronto, desde lo alto del aula se levantó enfurecido un compañero complutense y me espetó: “no permitiré que habléis de esa manera de mis ancestros”.
El Dr. Cepeda aplaudió y con amplia sonrisa declaró que habíamos llegado al punto intencional de ese día: confirmó que el compañero se ofendía indebidamente, pues su familia era de Ávila y con seis orgullosas generaciones de cría de ovejas y fabricación de queso curado y semicurado, mientras que Hernández “desciende directamente de los conquistadores (ahora llamados invasores) que jamás volvieron a la Península”. El quesero se quedó pasmado y a mí se me revuelve el tema hoy mismo que han vuelto a ventilar la estúpida encrucijada de un problema postal: el Sr. López Obrador, que aparece como remitente de una carta necia se abroga la ínfula de hablar en nombre de los pueblos indígenas u originarios (siendo nieto de un Guardia Civil de Cantabria de infeliz memoria tabasqueña) y dirige su carta a un monarca de la casa Borbón para reclamar —cinco siglos después— los agravios, crímenes y desmadres de la casa Habsburgo austríaca y en menudo lío metió al cartero de Madrid que se encargó de entregar la pinche carta de marras sin imaginar que un lustro después el enredo con origen de buenaondita y ternurita sigue suscitando estulticia, estupor y estupidez.
¿Quién pedirá perdón a finales del siglo XXI por el asesinato accidental del hermano del Presidente de la República y quién pedirá disculpas por todo el estercolero de mentiras y violencia desatada ya como herencia para nuestros nietos? ¿Realmente será responsable mi chozno por esos rasgos que llevo en la piel y en la barba partida? ¿A quién se le ocurre que la correspondencia irracional que recibe un Jefe de Estado tiene que rebajarse a la increíble correspondencia sobra un tema más cantinero que académico? Además, permita Usted que los descendientes de cinco siglos de mestizaje generalizado intentemos saldar las cuentas pendientes de nuestro propio pretérito, quizá en sincronía con la inmensa oleada de esos pueblos originarios que han de sacudirle la hamaca y cobrarle la deuda que deja su merced en muertos y desaparecidos, en militares empoderados y narcotraficantes solapados y en tantísimas mentiras y cartitas falsas que sólo han servido para el triunfo funcional del simulacro, la desvergüenza y la absoluta imbecilidad.