'Trepa'

Ciudad de México /

El Trepa no tiene empacho en ser retratado a mitad de la escalera; la ambición despeinada parece relajarse cuando reposa en brazo sobre uno más de los peldaños que escala arrebatado. El Trepa no le debe nada a nadie, se ha forjado a sí mismo con la imberbe adrenalina medio soberbia e idealista de quien —por generación de poliamores y líquido criterio— pasa de la gratitud y de la vera conciencia. Amparado por un financiero medio letrado pero invisible, el Trepa no tiene empacho ni culpa de subir la escalera dejando como musas esclavas a las compañeras del otrora llamado “sexo débil” (¡en esta época tan feminista!) mientras el pedalea una bicicleta retro con velocidades del siglo XXI y va pedaleando peldaños de madera vieja sobre la escalera que terminará por quebrarlo.

El Trepa quizá no escuchó que una voz profetizó que “jamás llegará a ser Maestro quien pierde respeto a su propio Maestro” y en la baba engreída y ciega de su propio progreso ancla la amnesia malagradecida y agria, los viáticos sin pagar de viajes fantásticos de hospitalidad insuperable y todas las lecturas contagiadas… Se trata de un mero problema de falta de educación y de acefalia norteada: el Trepa no sabe de lealtad y confunde alianzas con bigamia, amistades por conveniencia y la moda de bolsos y pulseras con artesanía suprema. Va por bulerías de palmas sordas el innegable talento de ciertas habilidades que profesa el tal Trepa y es encomiable que labure como un mulo, que sea un currante ejemplar e incansable, pero cuando el que carga las cajas o el que cuida la caja registrada se sale con la artimaña de no informar e irse por toda la libre o cuando el novicio supone horarios ajenos o confunde presencias la cosa se vuelve una tragicomedia ridícula y poco importa que sus victimas tropiecen al filo de los abismos. Poco le importa al Trepa que su greña al vuelo sea bona inmadurez y provoque en el Otro y de rebote la expulsión o destierro del reino.

El Trepa sonríe desde la escalera convencido de que los peldaños conducen a los cielos de su confundida militancia, su vocación impostada o eso que llamaban felicidad, pero olvida peligrosamente que su trepar puede llegar a la perfecta etimología de la trepanación sobre todo cuando el cráneo confundido puede tropezar un pie y provocar un lamentable descalabro.


  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
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