Lo que viene para Morena no es poca cosa; la idea es que eventualmente se convierta en bastión ideológico y ético para generar cuadros vinculados a lo que Andrés Manuel López Obrador ha llamado “humanismo mexicano”
La anunciada designación de Andrés Manuel López Beltrán como mancuerna de Luisa María Alcalde para presidir Morena ha generado enorme polvareda y todo tipo de especulaciones. La mayor parte de las reacciones lo interpretan como una jugada estratégica de Andrés Manuel López Obrador para mantener control sobre el movimiento y, dentro de seis años, asegurar el encumbramiento de su dinastía. Se da por descontado que el ascenso del hijo del fundador en automático debilita la figura de Claudia Sheinbaum como heredera política del obradorismo.
No es así, o no tendría que ser así. Todo lo contrario, el protagonismo de Andy, como se conoce al segundo de los cuatro hijos de AMLO, podría ser una pieza clave para la estabilidad y apuntalamiento de la presidenta electa. Cuatro razones.
Contra lo que se cree, el joven de 38 años no pertenece a las corrientes radicales dentro del movimiento. Sin duda es el más cercano a su padre y el más participativo en la política de sus hermanos. Estudió también en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, como él, pero posteriormente hizo una maestría en Administración Pública por la Universidad de Harvard. Durante años ha compaginado encargos políticos de su padre con las actividades empresariales derivadas de la fábrica de chocolates Rocío, fundada originalmente para aprovechar la cosecha de cacao cultivada en un terreno heredado por su difunta madre. Comparte las banderas políticas y sociales del fundador, pero por origen, generación y trayectoria, su perspectiva es mucho más moderna. Ambos, Claudia y Andy, crecieron a la sombra de AMLO, pero comparten ideas más arraigadas en el siglo XXI que en el XX, tienen estudios en Estados Unidos en universidades de élite, ella con vocación científica, él de pequeño empresario.
La relación entre los dos es cercana, aunque no hayan trabajado juntos. Pero tiene todos los ingredientes para convertirse en un vínculo político de interés mutuo, avalado por una visión compartida de los desafíos que enfrenta el país. Frente a los demonios sueltos, la hija política y el hijo biológico tienen mucho en común y poderosas razones para caminar juntos.
Segundo, Andy podría ser clave en la delicada relación entre el Presidente y la presidenta electa. Claudia Sheinbaum tiene que estar cerca de López Obrador sin estar cerca. Por un lado, es genuina la decisión del mandatario de retirarse de la política, consciente de que ejercer un cacicazgo desde Palenque no solo traiciona sus ideales, también resulta inoperante, entre otras razones, por la personalidad de su relevo (insisto, quien cree que ella se prestaría a ser títere, no la conoce). Sin embargo, habría una excepción a este exilio voluntario: la súbita convicción de que la sucesora ha traicionado al movimiento o de que su desempeño constituye un fracaso. Se trata de un tema de percepciones, de la información que reciba AMLO en su rancho, de los testimonios que recoja. Quizá por eso el mandatario ha dicho que no hablará con nadie para que no le traigan chismes y agravios. Hace bien, lo peor que podría suceder es que se llenara de dudas y resabios que deriven en el “deber patriótico” de intervenir. Exilio real o no, lo cierto es que no dejará de hablar con su hijo. De allí la enorme importancia que tendría para Claudia contar con un socio político que comparta su estrategia y, llegado el caso, sea capaz de trasmitir razones y situaciones al líder en su retiro.
Tercero, podemos dar por descontado que algunos de los grupos radicales del obradorismo convertirán en profesión “la responsabilidad” de cuidar la pureza del movimiento. Los defensores de la verdadera fe. Sea por intolerancia doctrinaria o por cálculo político para obtener posiciones, ejercerán una crítica desde adentro que puede convertirse en un incordio para Claudia. Eso podría pasarle factura frente a las bases bajo la cantaleta de que “esto nunca lo habría hecho AMLO” o “es una traición al movimiento”. Es un tema delicado porque Claudia necesita contar con el apoyo popular en sus delicadas negociaciones con los poderes fácticos. La figura de Andy podría ser una vacuna contra esos poseedores de la supuesta verdad obradorista. No solo por tratarse del hijo del fundador, sino también por el hecho de que sería el único que verdaderamente mantendría un diálogo fluido con su padre. Una suerte de autorización o desautorización implícita respecto a las críticas internas en contra de la presidenta electa.
Cuarto, la inclusión de Andy en Morena podría también ser una buena noticia para Sheinbaum. Ella había buscado la posibilidad de colocar a una de sus colaboradoras de confianza como mancuerna de Alcalde. Y no porque tenga una relación distante con la actual secretaria de Gobernación, ni mucho menos, pero no es un secreto que pertenece a una corriente política propia que, inevitablemente, tiene también su propia agenda.
Lo que viene para Morena no es poca cosa. Hasta ahora ha sido la carpa para dar cobijo a las tareas electorales, de acuerdo a las coyunturas de cada momento y cada región. La idea es que poco a poco se convierta en bastión ideológico y ético para generar cuadros verdaderamente vinculados a lo que López Obrador ha llamado el “humanismo mexicano”. Las filas de mando de la 4T se han nutrido de un universo variopinto procedente del PRI, de los partidos progresistas de las últimas décadas, del activismo de base, de la izquierda en todas sus variantes. Esencialmente ha sido lo que diga y haga López Obrador. El Fisgón y otros dirigentes han intentado construir una escuela de cuadros que verdaderamente comparta rasgos de identidad sobre valores y proyecto de país, pero es una tarea que apenas comienza. De allí la importancia de los tripulantes de esta nueva etapa del partido. Por no hablar del peso decisivo que seguirá teniendo en la definición de los relevos electorales en la estructura de poder.
Por último, la presencia de un hijo de López Obrador en la escena pública lo convierte en automático en un posible precandidato a la Presidencia en 2030. Eso tampoco tendría que ser un problema para Claudia, sobre todo si logran convertirse en aliados políticos durante el sexenio. Que el joven tenga lo que se necesita para aspirar a la silla presidencial es otra cosa, y solo el tiempo lo dirá. Pero tampoco es para espantarse porque, insisto, hay un enorme matiz generacional entre padre e hijo. Después de todo, nuestros socios en la región, Canadá con Justin Trudeau y Estados Unidos con George W. Bush, ya pasaron por la experiencia sin que por ello hayan sido acusados de antidemocráticos o anacrónicos.
En suma, la emergencia de Andy López Beltrán no necesariamente es una mala noticia para la presidenta electa. De hecho, podría ser estupenda, a condición de que ambos lo conviertan en una oportunidad.