Correrse al centro

Ciudad de México /
Luis M. Morales

La semana pasada el presidente Andrés Manuel López Obrador improvisó en una mañanera algunos comentarios de lo que podría ser el obradorismo sin él en el poder. Un inusual atisbo a un futuro que no es fácil imaginar y respecto al cual se hace ascuas todo el mundo, comenzando por los propios seguidores, colaboradores y posibles sucesores. ¿Es posible la cuarta transformación, al menos como la conocemos, sin el muy peculiar liderazgo cotidiano del hombre que creó este movimiento?

Aquí lo que adelantó el Presidente: “mis adversarios cuentan los días, las horas para que me vaya, pero la transformación va a continuar, yo ya no voy a estar, me voy a jubilar, me retiro, pero esto es un proceso que se echó a andar, ¿Quién lo va a detener? Ellos albergan la ilusión de que ya va a terminar  nuestro gobierno, cuentan los días; y sí, puede ser que haya un corrimiento al centro, porque además cada quien tiene su estilo… quién sabe si vayan a ver mañaneras, quién sabe si vayan a haber denuncias así, quién sabe si se vayan a polarizar (que en realidad no es polarizar sino politizar), pero estoy seguro de que va a continuar la transformación. Puede ser que con otro lenguaje, van a hablar más rápido que yo (yo no hablo de corrido), no se van a comer las eses, no las van a decir de más, pero en lo esencial va a continuar la transformación”.

El planteamiento es interesante en más de un sentido. Por un lado, el reconocimiento de que su estilo es irrepetible. Eso lo sabemos todos, pero también sabemos que en política forma es fondo. Por más que parezca una obviedad, las consecuencias son enormes, particularmente porque al hablar de su estilo la frase con la que él mismo continuó fue la de la polarización (o politización).  “Quién sabe si vayan a polarizar, pero va a continuar la transformación”. ¿Por qué es importante esta apreciación del Presidente? Porque deslinda el proceso de la 4T de la polarización, al atribuirla a un rasgo personal y no necesariamente la define como la única vía para conseguir el cambio social que busca su movimiento.

La confrontación verbal, por más incómoda que resulte a muchos, ha sido una estrategia política muy eficaz para mantener el vínculo identitario entre los sectores populares y López Obrador, el diario recordatorio de que el Presidente habla en nombre del agravio de todos los que se sienten ofendidos por los privilegios de los “de arriba”. Algo fundamental para mantener los índices de popularidad indispensables para la gobernabilidad y el pulso en contra de otros actores políticos y económicos. Siempre he considerado que la hostilidad verbal de López Obrador responde a una mezcla de rasgo de personalidad y de su pasado como opositor, pero también es resultado de una decisión política. La pandemia, la crisis económica y las resistencias encontradas a sus reformas le llevaron a echar mano de este recurso de manera más intensa, para compensar la pérdida de legitimidad ante la imposibilidad de entregar resultados rápidos.

Pero él sabe que si bien es una estrategia política muy útil, difícilmente es transferible. La efectividad de la oratoria belicosa del Presidente es posible gracias a su trayectoria personal, a su carisma, al uso coloquial del lenguaje adquirido en miles de horas en la plaza pública, a la imagen construida como opositor a lo largo de cuatro décadas. Algunas de las burlas o insultos que profiere el mandatario en las mañaneras, o las provocaciones improvisadas, en cualquier otro político tendrían un costo significativo ante la opinión pública; no en el caso de López Obrador.  Resulta notoria la manera en que los críticos le han caído encima al secretario de Gobernación, Adán Augusto López, las ocasiones en que ha intentado reproducir el tono burlón en contra de sus adversarios y si bien Sheinbaum ha incurrido en ello, ha tomado la precaución de repetir exclusivamente lo dicho por el Presidente sin poner de su cosecha.

“Y sí, puede ser que haya un corrimiento hacia el centro”, reconoce AMLO hablando de su sucesor. Porque, en efecto, si su relevo no puede echar mano de la polarización como recurso eficaz para reproducir la legitimidad, esta tendrá que conseguirse por otra vía. Y no puede ser otra que obtener resultados de la manera más rápida y efectiva, lo cual pasa por sumar esfuerzos de muchos, sobre todo a los actores económicos y sociales fundamentales. 

La lógica de un movimiento pendular o correrse al centro tiene sentido cuando se observa la fatiga que en muchos sectores ha ocasionado la polarización, incluyendo el ámbito familiar o el de muchos círculos sociales, o cuando se asume la necesidad de crecer más rápido y generar los empleos que las mayorías requieren.

Y, sin embargo, los riesgos políticos de hacerlo están a la vista. Existe el peligro de que los sectores duros del obradorismo vean este corrimiento como una especie de traición al movimiento y actúen en consecuencia. Ya en este momento existe una preocupante impaciencia de muchos grupos agraviados que toman vías públicas e instalaciones para resolver distintas reivindicaciones (escasez de agua, crimen, servicios públicos, procesos legales, etc.), pero de alguna manera siguen contenidos por el consenso que inspira el gobierno de AMLO.

El sucesor tendrá que convencer de manera pronta y eficaz a todos estos sectores de que sus demandas están en proceso de resolverse. En ese sentido, las posibilidades de Claudia y de Marcelo son distintas, cada cual con sus fortalezas y debilidades. La primera está más asociada a la figura de AMLO y por lo mismo tendría mayor margen de beneficio para emprender tareas de conciliación sin ser acusada de traicionar al proyecto. Por su parte, el segundo, muy probablemente, podría estar mejor colocado para conseguir concesiones importantes de los grupos en el poder, y estar en condiciones de ofrecer medidas de alivio o atractivas al corto plazo. En otra ocasión exploraré algunos rasgos de lo que podrían ser las presidencias de ambos. Pero en los dos estamos hablando de cuadros profesionales de la administración pública, formados no en las trincheras de la oposición sino en el de las responsabilidades públicas. En ese sentido, tiene razón AMLO; los estilos personales, la inercia pendular, las necesidades del país, la urgencia de resultados, llevan a pensar en una 4T menos rijosa. Que vaya a ser eficaz, congruente y viable lo sabremos en unos meses.


  • Jorge Zepeda Patterson
  • Escritor y Periodista, Columnista en Milenio Diario todos los martes y jueves con "Pensándolo bien" / Autor de Amos de Mexico, Los Corruptores, Milena, Muerte Contrarreloj
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