Al final se impusieron los intereses nacionales de PRI y PAN y Samuel García terminó reintegrándose a la gubernatura de Nuevo León. No prosperó la intención original del Congreso local, en manos de estos dos partidos, que estaban empeñados en impedir su regreso haciendo irreversible la licencia que había pedido. Pero, si hubieran tenido éxito, a Samuel no le habría quedado otra alternativa que retomar la campaña presidencial. Como sabemos, eso era contrario al interés del bloque opositor: preferían verlo como gobernador que como rival de Xóchitl Gálvez.
Pero más allá de las implicaciones inmediatas, el zipizape de Nuevo León exhibe de fea manera las costuras de la clase política en los inéditos tiempos que vivimos y deja cuatro preocupantes reflexiones de fondo.
1. La dificultad para construir una tercera fuerza al margen del pulso entre los dos proyectos políticos nacionales que se disputan el poder. Movimiento Ciudadano, con toda lógica, decidió postular su propia candidatura y no sumarse ni a la de Claudia Sheinbaum ni a la de Xóchitl Gálvez. Una decisión comprensible si quería ser congruente con la aspiración de convertirse en una tercera vía y de base ciudadana. El problema es que quedó atrapado y condicionado por la rivalidad de los dos grandes. Sus dos esperanzas, Marcelo Ebrard y Samuel García, fueron frustradas por otras fuerzas. Por un lado, López Obrador se convirtió en el gran impulsor de la candidatura de Samuel García, consciente de que se trata de una figura que dividiría el voto de la oposición, en particular entre jóvenes y clases medias. Por su parte, las dirigencias nacionales del PAN y del PRI presionaron justamente en dirección contraria, haciendo lo imposible para evitar dicha candidatura. Y si bien es cierto que el encono entre Samuel y su Congreso tiene vida propia y se alimenta de mutuos agravios domésticos, la presión de los grandes intereses nacionales constituye el telón de fondo de esta batalla. De alguna manera, MC quedó atrapado en el tête à tête entre el obradorismo y el bloque opositor.
Por lo demás, el desaguisado de Samuel García confronta al MC con su peor pesadilla. Una candidatura propia era conveniente, pero nada lo perjudica más que un resultado raquítico que lo deje en evidencia. MC necesitaba a Marcelo Ebrard o, en su defecto, a Samuel García para cosechar votos. Ahora tiene dos meses para encontrar a alguien que le permita superar el modesto 5 o 6 por ciento que suele ofrecer el solo membrete.
2. Inmadurez de la clase política. El conflicto se hizo engrudo por la división de poderes que existe en Nuevo León. Nuestra clase política carece de vocación parlamentaria y es refractaria a la negociación entre pares. El presidencialismo de nuestros usos y costumbres es imitado con igual o peor verticalidad en las entidades. Los gobernadores mandan, no parlamentan; los diputados bloquean o chantajean, no negocian. El tema es importante, porque asumimos que la división de poderes es un instrumento democrático, y conlleva la rendición de cuentas recíproca y la gobernación consensuada. Pero en un contexto de inmadurez política puede convertirse en un recurso de mutua parálisis. Es aquella en la que las dos partes están más interesadas en abollar la imagen del otro que en cogobernar en la práctica. En algunos momentos Estados Unidos es un ejemplo, en esta ocasión Nuevo León ha sido otro. No digo que debamos evitarlo, solo estar conscientes de que para que funcione la división de poderes requiere de una clase política responsable y madura que ponga el interés de la sociedad por encima de la ganancia partidista.
3. La peculiaridad del voto neoleonés. En muchos sentidos, el desarrollo económico, tecnológico y educativo de Nuevo León es un referente para todo el país. Por lo mismo, no dejan de ser preocupantes las decisiones electorales que ha tomado el votante. En las dos últimas elecciones han decidido dar la espalda a los partidos tradicionales y elegir a dos personalidades sui géneris, por decir lo menos: El Bronco, Jaime Rodríguez, y Samuel García. Francamente, no sé si el saldo ha sido positivo. Se entiende el repudio a las fórmulas existentes, pero no deja de ser cuestionable la recurrencia a estas opciones voluntaristas de tan precaria institucionalidad. Nuevo León es envidiable en muchos sentidos para el resto del país, no lo es en materia de elección política si consideramos la posibilidad de cualquiera de ellos sentados en la silla presidencial. Lo cual nos lleva al caso específico de Samuel García.
4. Una nueva especie entre la clase política. Preocupa que Samuel García sea un prototipo, el primero de muchos otros: el de la celebridad despolitizada que hace de su frivolidad y desparpajo una virtud mediática y electoral. Basta con parecer cool, exitoso y envidiable frente a las nuevas generaciones, hartas de la política. Si bien no son una novedad los personajes que se encumbran criticando a los poderes tradicionales, es lo usual en todo el mundo, lo preocupante de Samuel García es que lo haga vendiendo poco más que su propia celebridad y la de su pareja, la influencer Mariana Rodríguez, con más de 3.5 millones de seguidores en Instagram. Frente al fenómeno de las Kardashian solía decirse que había famosos que debían su celebridad al hecho de ser cantantes exitosos, actores, hijos de multimillonarios, aristócratas, etc. Pero ellas inauguraron un nuevo tipo: eran famosas porque eran famosas.
En suma, al margen de la manera en que concluya la tragicomedia en Nuevo León, me parece que deja un saldo de reflexiones preocupantes, alertas que dan cuenta del delicado y frágil proceso de transición que vivimos.