Puede resultar cómodo, pero es improductivo victimizarnos frente a la irracionalidad, el abuso y la inmoralidad de los argumentos de Donald Trump respecto a México y los latinos. Son los argumentos de un necio, pero no podemos olvidar que poco más de la mitad de los estadunidenses votaron para que esos argumentos se convirtieran en políticas públicas y actos de gobierno.
Tildar de descerebrados a quienes nos critican es el refugio de los irresponsables. Y lo mismo vale para la vida personal que para la vida pública. Indignarnos porque los halcones de Trump hablan de México como un narcoestado es algo que enciende nuestro masiosare e inflama el orgullo patrio. ¿Pero no sería mejor hacernos cargo de nuestras responsabilidades ante tales acusaciones?
Se trata, sí, de una crítica desproporcionada que no refleja las condiciones puntuales de lo que en la literatura política se define como narcoestado: un país cuyas “instituciones políticas se encuentran influenciadas de manera importante por el poder y las riquezas del narcotráfico y cuyos dirigentes desempeñan simultáneamente cargos como funcionarios gubernamentales y miembros de las redes de tráfico de drogas” (Kristin Myers). No podemos endilgarles esa etiqueta a nuestros mandatarios ni asumir que las políticas públicas nacionales están definidas por los jefes de los cárteles. Pero hace rato que esa definición es perfectamente aplicable a un número considerable de presidencias municipales, y hay muchas señales de que varias gubernaturas sostienen pactos de esa naturaleza hoy en día.
Una cosa es denunciar la naturaleza estridente, abusiva y distorsionada con la que nos señala Trump y otra desconocer las razones que dan credibilidad a esas acusaciones, a los ojos de millones de vecinos que no son necesariamente ignorantes o racistas. Eso es lo que tendríamos que asumir y actuar en consecuencia. No podemos pretender que exista una matanza un día sí y otro también desde hace años, o la difusión de datos que dan cuenta de regiones sometidas al control del narco, y luego rasgarnos las vestiduras por las críticas recibidas. Los gobiernos mexicanos decidieron patear el bote de la inseguridad pública desde hace años y hoy enfrentamos las consecuencias.
Es inevitable que muchos estadunidenses reciban alguna versión de la información diaria sobre violencia, corrupción e inseguridad que nos arrojan los medios de comunicación a los propios mexicanos. ¿Por qué habrían de querer una frontera porosa que de alguna manera deje pasar “eso” que sucede del otro lado?
Digo todo lo anterior para no actuar de manera candorosa. La política exterior opera en términos de intereses. Se están gestando en Estados Unidos las condiciones para un estado de ánimo contra el Tratado de Libre Comercio como lo conocemos. Podemos describir una y otra vez cuán desfavorable sería Estados Unidos sin mexicanos o las ventajas de la interdependencia para ambas economías. Pero ellos saben que su alternativa no es todo o nada. Sí, necesitan que la fuerza de trabajo cruce las fronteras, requieren los insumos baratos de México y producir aquí los procesos intensivos en mano de obra de sus plantas automotrices. Pero parte de eso ya lo tenían con Vietnam o China, sin necesidad de tratados.
Los conservadores estadunidenses asumen que pueden tener lo mejor de los dos mundos: un aprovechamiento de México sin necesidad de “contaminarse” de México. Cerrar frontera y controlar el paso exclusivamente de lo que necesiten. No digo que sea correcto o incluso que sea viable, pero habría que alertar que ese es el pensamiento que se está abriendo paso en buena parte de Estados Unidos.
Es obvio que para México es vital mantener el Tratado de Libre Comercio. Y aquí un breve paréntesis. La integración con Estados Unidos no es un destino inexorable, y allí están países como Brasil, Colombia o India que, después de todo, han crecido a tasas iguales o mayores que México en los últimos lustros sin necesidad de un TLC. Pero nuestra interdependencia con Norteamérica ha caminado a tal grado que un giro drástico a estas alturas supondría un largo periodo de ajuste, con efectos devastadores para millones de mexicanos. Mejor ahorrárselo.
Así que, independientemente de la tendencia que gobierne en México, es obvio que necesitamos mantener vigente el tratado y Claudia Sheinbaum lo sabe. Pero será más fácil establecer estrategias inteligentes si entendemos las razones que están impulsando su resistencia en Estados Unidos. Hay un pensamiento conservador que se está extendiendo con una lógica que no podemos desconocer: estamos, dicen ellos, en un condominio horizontal en el que el vecino más modesto es incapaz de mantener las reglas y por allí se cuelan problemas para todo el vecindario. Puede ser incorrecta o injusta tal aseveración, pero todos los días surgen datos que la alimentan, así sean parciales o incompletos.
Y no se necesita ser fanático o racista para comprarla. Basta ver a Trudeau para confirmarlo. El primer ministro canadiense ha jugado esa misma carta en la mesa de Trump: “nosotros no somos México, sí podemos cumplir las reglas del conjunto y no hace falta levantar la cerca”.
México apostó a la integración productiva y a la construcción de un espacio comercial e industrial llamado Norteamérica, pero nunca asumimos del todo las responsabilidades de integridad territorial y de seguridad que eso entrañaba. Con cierta lógica, hay intereses estadunidenses que se preguntan por qué deben abrirse a una integración comercial y productiva cuando no estamos en condiciones de ofrecer seguridad al transporte de carga en las carreteras que conducen a la frontera misma.
No hay posibilidad de apelar a dos lógicas opuestas simultáneamente: ser parte de un mismo espacio comercial e indignarnos porque cuestionan que nuestros narcos introducen por la frontera drogas y fentanilo, aprovechando la laxitud que ofrece la integración comercial.
Ha llegado el momento en que visualicemos la violencia, la corrupción y la impunidad no solo como una afrenta a los derechos de los ciudadanos. La fuerza de los cárteles constituye la principal vulnerabilidad para sostener el modelo económico por el que hemos apostado. Trump seguirá siendo Trump e intentará ponernos de rodillas para provecho suyo y de los suyos. El tema es, qué podemos hacer para contrarrestar los argumentos que resultan razonables a los oídos de millones de estadunidenses preocupados por las noticias que conciernen a México. Esa es la cuestión. Hay mucha hipocresía cuando nos cargan los 100 mil muertos anuales por consumo de drogas que padecen; pero el hecho es que la mayor parte procede de México. Ellos no van a ver su hipocresía, lo único que ven es que no hemos hecho gran cosa para evitar el tráfico por la frontera. De allí la popularidad de la idea de un endurecimiento en la relación. Entender las razones para el éxito de las diatribas de Trump y hacer algo al respecto, sería mejor que simplemente lamentarnos.